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Mutual ideal

Mutual ideal

Pedro Pablo Yermenos Forastieri

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El idílico intercambio inicial de seducciones se prolongó durante tres meses. Llegó el infaltable compartir de fotos. Él, para colocar sobre la mesa desde el principio su condición irrenunciable, seleccionó la primera con toda la intención de la que era capaz: Aparecía con sus tres hijos, aderezada con una nota afirmando que eran sus tres tesoros, por los cuales, no estaba dispuesto a ceder ante nada ni nadie.

Seguido recibió el reconocimiento del impacto positivo de su testimonio de honestidad.
“Y usted, ¿por qué no me muestra los suyos?” “No tengo”, fue la respuesta que heló su sangre porque en ese momento no sabía si alegrarse o preocuparse.

Dejó el tema para una mejor ocasión, pero corrió a preguntar a su sobrina la edad de su amiga. “35 años”. Por el dato, supuso que había sido una decisión de vida o una imposibilidad de lograrlo.

El caso es que se trataba de un elemento que circularía por su mente hasta definirlo.
Lamentaba por ella esa circunstancia, pero siendo franco, no podía negar que le adicionaba atractivo que incrementaba su interés.

Para la siguiente navidad, le propuso visitarla. Aceptó. Le pidió que organizara una agenda intensa por su deseo de conocer lo más posible aquel maravilloso país. Falso. Era solo una estrategia por si el asunto no funcionaba, que al menos compartieran las visitas programadas.

En la segunda semana del último mes, viajó sin definir quién estaba más ansioso entre él y su mamá.
En el aeropuerto, por la tardanza en salir, ella sospechó que había sido miserablemente burlada.
Presumido como era, entró a un baño y colocó sobre una meseta al menos diez productos que llevaba en un bolso de mano para lucir lo mejor posible.

Hilo dental; dentífrico; cepillos para dientes y cabellos; enjuague bucal; crema; polvo; perfume; lentes para el sol, entre otros.

Después de alisarse el pelo infinidad de veces y verificar otras tantas el más insignificante detalle de su apariencia, guardó los afeites y se dispuso a experimentar el momento cumbre, para el que estaba consciente que jamás tendría una segunda oportunidad de producir una buena primera impresión.
Su corazón parecía potro desbocado.

No servían de mucho sus ejercicios respiratorios en aquel pasillo que resultaba interminable.
Quería proyectar una sensación de serenidad, pero sus ojos miraban a diestra y siniestra sin lograr, por ningún lado, ver el motivo que impulsó ese periplo repleto de ilusión. Sigue.