Tengo la percepción de que la República Dominicana no está tan bien como dice el gobierno, ni tan mal como afirma la oposición. Tampoco estamos “entre Lucas y Juan Mejía”, en medio del río, “ni bien, ni mal”. No soy de los que ve el vaso medio vacío, ni menos lleno.
Nada es estático en la vida, todo está en movimiento dialéctico constante: unidad y lucha de los contrarios.
No creo, en lo absoluto, que el país haya retrocedido como afirma el expresidente Leonel Fernández. Al contrario, hemos avanzado y seguimos avanzando como país, como sociedad, independientemente de las caídas o tropezones cotidianos.
Solo hay que ver las cifras del Banco Central, del Banco Mundial, del Fondo Monetario Internacional y del Banco Interamericano de Desarrollo, entre otros.
Los niveles de crecimiento económico están a la vista de todos: el turismo ha crecido exponencialmente, la inversión extranjera, las zonas francas, las reservas monetarias; ha bajado el desempleo, aumentado los salarios, el hambre se ha reducido como consecuencia de la inversión en el sector agrícola. La inversión en salud y educación ahora es mucho mayor que hace cinco años.
Tenemos más hospitales, más escuelas, más universidades, más centros de educación técnica, etc. No estamos tan bien como dice el gobierno, pero tampoco tan mal como insiste en decir la oposición.
Las estadísticas hablan por sí mismas. Los únicos que no ven los logros alcanzados en apenas cinco años de gestión del presidente Luis Abinader son los dirigentes de la oposición, cumpliendo obtusamente su rol en un régimen democrático donde a nadie se le niega el derecho a la libre expresión del pensamiento.
Sin embargo, la oposición, encabezada por el Partido de la Liberación Dominicana y la Fuerza del Pueblo, ha debido tener un sentido, primero, autocrítico: admitir sus culpas, reconocer los errores por los cuales salieron del poder, para empezar nuevamente con otra línea política y otros postulados metodológicos, rescatando los valores éticos y morales que les dieron origen.
Pero no, insisten en hacer oposición por hacer oposición. Criticar por criticar, sin aportar nada nuevo, sin propuestas que den solución a los problemas nacionales.
Es una oposición hueca, que solo sabe hacer denuncias de corrupción, la mayoría de las veces sin las pruebas acusatorias correspondientes, como lo hicieron en los años 70, 80 y 90, cuando afirmaban que todos los partidos eran corruptos, menos el PLD, como si estuviera integrado por dirigentes políticos de otro planeta y no por dominicanos.
¿Qué diferencia existe entre los partidos de oposición fundamentales, PLD-FUPU? Ninguna. Algunos de esos partidos parecen “asociaciones de malhechores.