Antes del 6 de octubre de 2019 todas las encuestas científicas atribuían mayoría al PLD para retener el poder en 2020. Sin embargo, las diferencias personales de los dos principales líderes impidieron entendimiento, se formalizó separación y ese acontecimiento benefició al PRM, principal de la oposición.
Al producirse la división, la esperanza de triunfo del PLD se cifró en el fraude. Para esos fines se disponía del control de la JCE y del Presupuesto de la Nación. Pero las frustradas elecciones municipales de febrero de 2020 fueron un ensayo que se revirtió contra los autores intelectuales, provocando levantamiento y protestas en el país.
Ningún analista político podía anticipar la división del PLD, pero tampoco el levantamiento que generó la patraña de febrero de 2020, indicador que lleva a pensar que no hay nada definido en torno al certamen de 2024. Todavía están pendientes, en los meses por venir, la celebración de primarias (particularmente en el PRM) y eventuales concertaciones, entre otros acontecimientos.
Es verdad que la gente del Gobierno ha venido corriendo con ventaja con miras al 2024, pese al alto costo de la canasta familiar, la tarifa eléctrica, la inseguridad ciudadana y el éxodo de nacionales haitianos hacia territorio dominicano. Esa condición de puntero obedece, sin embargo, a la falta de unidad de los bandos del peledeísmo, a la lucha anticorrupción del Ministerio Público, a la compra masiva de peledeístas, a la multimillonaria inversión en publicidad, así como al incremento de los planes de asistencia social hacia gente pobre.
La sensación de debilidad que oferta la oposición, sin capacidad siquiera para concertación municipal, contribuye a que el PRM esté coqueteando con el 50%. En el peor escenario el PRM está por encima del 45%, cifra que se convierte en mayoría absoluta al momento de sufragar, porque se suman indecisos y solo se computan votos válidos emitidos, no abstencionistas.
Pero el triunfalismo, considerarse dioses y pensar que no se necesitan a miles de perremeístas quedeambulan sin empleo, después de tres años del cambio, es un error. Es difícil, por no decir imposible, que Luis Abinader pierda las primarias del PRM en octubre. Lo controla todo, incluyendo el Presupuesto de la Nación, cuyo uso no hay formas de evitar en un país con débiles instituciones.
Abinader puede lograr su reelección, pero no puede darse el lujo de restar un solo voto del PRM. Hay una franja importante del PRM que se siente excluida, constituida por personas que solo esperan octubre para asumir una posición definitiva en torno al certamen comicial del año que viene. No se puede obviar que los tres partidos carecen de ideología y principios éticos. Nada es sorpresa.
Indistintamente del eventual comportamiento que puedan exhibir la Fuerza del Pueblo y el PLD en lo que resta de año, todo indica que el evento más importante a ocurrir son las primarias del PRM, máxime con la rebelión que escenifica Hipólito Mejía, ante los obstáculos que le ponen a su hija Carolina, una carismática dama, alcaldesa del Distrito Nacional, que es objeto de un cerco de sectores oligárquicos que chupan de la teta del presente Gobierno.
Minimizar la conducta política de Hipólito es un peligro en potencia, porque es un viejo experimentado, vinculado estrechamente a Danilo Medina, un estratega silencioso y tejedor de la sombra. De octubre en adelante pueden ocurrir muchas cosas.