Era de esos seres humanos provistos de cualidades en vía de extinción. Su filosofía de vida se sustentaba en dos pilares: Servir sin límites y no hacer a los demás lo que no se quiere para sí. De muchas personas era el mejor amigo y todas estaban conscientes de que tenían en él una respuesta positiva ante cualquier requerimiento que podían formularle.
A sus cinco hijos los formó en los inquebrantables principios y valores que normaban su conducta y todos sienten legítimo orgullo por haberlo tenido no solo como padre, sino como referente por excelencia de donde recabar los insumos que en el presente les sirven para transmitir a sus propios descendientes.
Su ética como profesional no admitía requiebros. Las cosas hay que hacerlas como se debe o no hacerlas, repetía. En cada actividad en que se involucraba, sus premisas eran la preservación del medio ambiente y alcanzar la máxima eficiencia logrando mejores resultados al menor costo.
Cuando empezó a administrarla, la plaza estaba en pésimas condiciones. Creó un plan para rescatarla y, en relativo poco tiempo todos, menos la presidente del consejo directivo, se percataron de la inmensa calidad del recurso humano adquirido.
En principio, no podía comprender las razones por las cuales la señora era tan hostil con él y bloqueaba sus magníficas iniciativas que tan óptimos resultados habría producido su implementación.
Cada día se estrechaba más el cerco que, con notoria perversión, le tendió el habilidoso personaje.
Se sentía impotente por lo absurdo que le parecía el desprecio que recibían sus sanas intenciones en la ejecución de su trabajo.
Poco a poco fue hilvanando el hilo que lo condujo al descubrimiento de la causa del encono contra él: Era un obstáculo para la obtención de los lucrativos beneficios que la red mafiosa encabezada por la señora derivaba del manejo dado a todas las operaciones del centro comercial.
El estrés generado por conocer lo que ocurría, su imposibilidad de enfrentarlo y la necesidad de su salario, terminaron afectando su salud. Desarrolló un cáncer que redujo su disponibilidad para cumplir sus compromisos laborales y eso selló su destino.
Su familia no podía concebir tanta indolencia ante un hombre honorable.
Desde que las normativas legales lo hicieron posible, lo despidieron sin mayores contemplaciones, escamoteándole sus derechos adquiridos.
La depresión y tan repugnante manifestación de la condición humana, destruyeron sus defensas y pusieron fin a una existencia merecedora de distinto desenlace.