Aunque lo ponemos cada año y lo adornamos con luces y variopintos adornos, pocos sabemos por qué lo hacemos y qué representa realmente.
Los primeros cristianos que llegaron al norte de Europa se dieron cuenta de que sus habitantes celebraban el nacimiento de Frey, el dios del sol y de la fertilidad, adornando un árbol de hoja perenne en la fecha próxima a la Navidad. Aquellos pueblos creían que éste simbolizaba al árbol del Universo, llamado Yggdrasil, que en su copa se hallaba Asgard, morada de los dioses, el palacio de Odín, Valhalla, y en las raíces residía el rey de los muertos, Helheim.
Posteriormente, con el paso de los años y la evangelización de esos pueblos, los cristianos tomaron la idea del árbol para celebrar el nacimiento de Cristo. El evangelizador de Alemania, San Bonifacio, a quien le tocó cortar uno, eligió un pino. Al ser también de hoja perenne pensó que representaba la naturaleza eterna de Dios.
Para adornarlo adoptó manzanas y velas. Las manzanas simbolizaban el pecado original y las velas a Jesucristo como luz del mundo. Posteriormente esos frutos y las velas se reemplazaron por otro tipo de decoración, aunque la luz se sigue manteniendo mediante bombillas blancas o de colores. Y la forma esférica de algunos adornos nos recuerda la manzana original. El color de cada esfera representa algo: el azul, las oraciones de reconciliación; el plateado, el agradecimiento; el dorado, la alabanza; el rojo, las peticiones.
Evocando a la estrella de Belén, la que se coloca en la punta del pino simboliza la fe que debe guiar la vida del cristiano.
Se cree que el primer árbol de Navidad, como lo conocemos en la actualidad, apareció en Alemania en 1605 y en los países escandinavos en el siglo XVII. Llevadas por los soberanos de la casa Hannover, Jorge III, coronado en 1762, y su mujer, la reina Charlotte, oriunda de Alemania, fueron los primeros en adornar su palacio con un abeto.
Alberto de Sajonia, nacido en Coburgo, llevó a Inglaterra la memoria de un país en el que ya, en torno al siglo XVII, se empezaban a reunir las familias alrededor de un árbol de Navidad. No fue hasta medio siglo después, cuando la sociedad inglesa cayó seducida por lucir, en sus casas lo que habían visto en el Palacio de Windsor.
Cómo olvidar aquellos días en los que las familias alemanas, tras buscar alguna excusa para que los niños salieran de casa, aprovechaban su ausencia para decorar el árbol con frutos y juguetes el mismo día 24 de diciembre.
Y cómo olvidar la antigua creencia germánica de que era un árbol gigantesco el que sostenía al mundo en sus ramas, el peso de la luna, el sol y las estrellas que era, además, el símbolo de la vida ya que, en invierno, cuando casi toda la naturaleza parecía muerta, éste no perdía su verde ramaje.