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Orlando Morel y la limpieza de la poesía

Orlando Morel  y la limpieza de la poesía

En esta fauna literaria dominicana hay poetas y hay quienes escriben poesía, dos oficios separados por una sustancial diferencia. Orlando Morel, en Villa Rivas espiritualmente asentado, pertenece a la raza de los primeros, esa que siempre amenaza con extinguirse, pero que cuando uno cree que da los últimos y “agónicos estertores”, siempre recibe una grata sorpresa. Conversar con él y acercarse a su poesía nos convence de que es un aeda con plena conciencia del oficio, y de que no ha sucumbido a ese deporte siniestro de escribir por escribir o de lanzar versos simplemente para llenar la página o compaginar la estructura de un enfermizo ego.

En poesía hay que saber lo que se quiere hacer, la forma en que a respirar se aspira. Y Orlando Morel ha decidido escribir de manera limpia, empeñarse en que sus versos estén alejados de la retórica de la manera más contundente posible.

-Leí todo lo que se había hecho en poesía en el país, y me decidí que quería hacer algo distinto-, afirma un reflexivo Morel, mientras hace de una botella de cerveza su ilustre vecino.

Es su particular ars poética, y la que le ha posibilitado cosechar buenos frutos. Una poesía que privilegia, cuando da el tajo al toro, el músculo, y se deshace de la inservible grasa. No duda el poeta, y como a la mejor usanza antigua de caballeros medievales que portaban arnés y espada, él me entrega un papel, que es más bien un noble manuscrito, donde me señala cuál es su visión del oficio: “La poesía para mí es todo. Lo que pienso, lo que hago al final resulta en un enriquecimiento de lo que escribo”.

En cinco párrafos Morel se ha virado el alma, y por supuesto, los provinciales bolsillos. Menciona con gratitud a maestros: Gatón Arce, Mora Serrano y de Borges afirma que aprendió “la sencillez libre de retórica, y tratar que no se note lo laboriosa que resulta”. La explicación hasta musical suena.

Su visión de la vida me la había dado unos días antes en un parque, mientras nos bebíamos unas cervezas bien frías. Hablaba, explicaba, me miraba de reojo, y me aseguraba el significado de la poesía. Así como el parque, y los asientos oxidados, el limpiabotas, Morel parecía haber nacido allí, parecía que aquella boca que buscaba vencer heroicamente la chatura y acceder gloriosamente a la ebriedad, había nacido con una botella en la mano y con la pose más elegante para exhibirla.
De Orlando Morel, tenía buenas referencias. Con Territorios de la Infancia, La otra memoria, y El día sucesivo, en las manos, me doy cuenta de que el poeta hace aparecer a su ciudad, la infancia, la provincia, sus recuerdos, poniendo a prueba el lenguaje, pero a través de una transparencia magistral, una transparencia donde la luz que destila cada poema ha sido milimétricamente estudiada, reflexionada. Yo privilegio a Territorio de la infancia y El día sucesivo, el texto La otra memoria, es bueno, pero no me seduce tanto como los mencionados.

Es Morel un caso particular en la poesía dominicana donde generalmente se escribe sin reflexionar sobre el difícil oficio de la poesía. Morel nos va desnudando su cuerpo biográfico en un “strip tease” sin apuros, sin vanas oscuridades.

“Los hombres en todas partes son iguales

Y también los Dioses que los matan”.
Hay momentos en que uno siente que Borges le besuquea el rostro a Morel. Pero no le llena de baba la mejilla a su poesía. Por eso es que en algunos de sus textos, como en el libro La otra memoria (2015, ediciones Rumbo Norte) aparecen en distintos poemas palabras que usualmente usaba el irónico argentino, ese que prestigió tanto el insultar con altura, el bastón y la ceguera. Fatiga, soberbia, magnánima, puñales, espejo.

A Orlando hay cosas que nunca lo desamparan, la ebriedad ni la poesía. A ambas apuesta cuando lo considera justo. Sin poses de malditismos, Morel es uno que sin lugar a dudas hubiese sido un auténtico representante en aquella corte donde pulularon Baudelaire, Rimbaud….(no concibo el paraíso sin un trago), de La otra memoria.

Más que hecha en provincia, y sí desde su alma, la de Morel es una poesía que aún a uno que está en la ciudad, le golpea. Parte el poeta Morel de lo cotidiano, de lo aparentemente intrascendente, para tejer una poesía que queda, para regalarnos una reflexión en verso con capacidad para desdoblarse y someterse con éxito a la intemperie del silencio.

Es su poesía, la podría definir uno de sus versos: “como un pozo de luz manando inagotable”. Saludo esta poesía, que tanta buena salud y ebriedad tiene.
El autor es escritor.

El Nacional

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