El uso de la lengua latina (2/3)
No parece que ocho años basten para realizar un trabajo como el contenido en este libro, si tomamos en cuenta las responsabilidades académicas, familiares y de ente social del autor. Para constatar hasta dónde convive el latín con la lengua de Cervantes y Pedro Henríquez Ureña, Luis Cruz ha emprendido un sinuoso periplo mediante el que ha hurgado en la filosofía, la política, la medicina, la economía, la lingüística, el derecho, la botánica, la química, las academias y la organización de la Iglesia Católica. Por igual se ha detenido ante monumentos, templos, cementerios y edificios públicos de todo el país para verificar la silente -¿o elocuente?- presencia de la lengua latina.
No ha quedado área de la vida nacional sin ser escrutada por este académico minucioso, quien ha empleado la paciencia y la dedicación requeridas para estructurar un libro perfectamente documentado y esencialmente culto. Estas dos condiciones no le niegan a la obra de Luis F. Cruz la cualidad didáctica, expresada en la introducción de elementos gramaticales y otras reglas para el conocimiento y uso del latín.
En la clasificación de plantas y animales, los investigadores usan siempre nombres en latín, pero el común de los hablantes identifica esos elementos por sus nombres populares. Diferente ocurre con los términos “déficit” y “superávit”, y con las expresiones “per cápita” y “ad valorem”, indispensables en el lenguaje de los negocios.
Nuestras universidades enseñan en español, pero tienen sus lemas en latín, y una –la más antigua- guarda en su escudo una amplia inscripción que reza: “Academia Santi Thomae Aquinatis. Imperialis Conventus Sancti Dominici Insulae Hispaniolae”. Vertido al español será: “Academia de Santo Tomás de Aquino. Imperial Convento de Santo Domingo de la Isla Española”.
Los estudiantes universitarios, cuando agotan su “pensum”, quisieran egresar con reconocimientos de “cum laude”, “magna cum laude” o “summa cum laude” y después de obtener su grado regresar a su “alma mater” para alcanzar un PhD ( Philosopiae Doctor) o un nivel de M.A ( Magister Artium). Y por supuesto que ha de ser muy grato, para quienes se destacan en la ciencia, el arte, la cultura o el desarrollo humano, recibir un doctorado “honoris causa”.
El profesor Cruz ha encontrado inscripciones en latín en los escudos de los obispos y las órdenes religiosas, y esto parece obvio, pues se trata de una lengua oficial de la Iglesia Católica. Pero también aparece la lengua del Latium en emblemas de instituciones laicas, el gobierno de los Estados Unidos de América (E pluribus unum) y del Comité Olímpico Internacional (Citius, Fortius, Altius).
El Ave María, que aparece en latín de manera muy ostensible en la pared frontal de la basílica-catedral de La Altagracia, en Higüey, ha sido identificado por el autor de este libro en la catedral Santa María de la Encarnación, en Santo Domingo, (arco de la puerta norte) mientras en la catedral Inmaculada Concepción, en La Vega, la Salutación del Ángel aparece distribuida en cada puerta.
Se entiende que monumentos religiosos, la Nunciatura Apostólica, el Altar de la Patria, los viejos hospitales, colegios, publicaciones científicas, y hasta el Faro a Colón – relativamente recién erigido- ostenten escrituras en lengua latina, pero ¿qué motiva a propietarios de negocios privados –ajenos a lo académico y lo religioso- a escoger palabras y expresiones de esa lengua para nombrar sus establecimientos?
Mire algunos ejemplos que ha registrado el profesor Luis F. Cruz: Columbus Plaza, Mundi taxi, Magna Motors, Radio Supra, Cafetería Petrus, Omni tour, Terra Bus, Aquacentro, Editora Regina Caeli, Librería Thessaurus, Editorial Stella.