Sirven a la sociedad, de la misma manera que lo hace el Faro de luz a los navegantes para guiar sus travesías durante la noche. Ellos nos trazan las pautas para que accionemos con apego a la probidad y el decoro.
Las denuncias de corrupción opacan el esplendor de la buena conducta que nos toca observar. Eso provoca la degradación ética y moral de la sociedad.
Es penoso escuchar por la radio, ver en la televisión y leer en los periódicos, las noticias de extorsiones, sobornos y otras indelicadezas, que el Ministerio Publico atribuye a funcionarios públicos con la complicidad de ciudadanos. Esto así, porque son ellos los que están llamados a velar por la integridad y protección de los recursos del Estados.
La gravedad de la lesión material que significan para la economía acciones como las citadas, es menor que el daño moral ocasionado a la juventud actual y a las generaciones por llegar, ese comportamiento deleznable. Tenemos el deber de preservarnos como sociedad progresista, equitativa y civilizada, basada en la fortaleza de los cimientos de integridad que nos sustentan.
En el hogar, es hora de retomar las normas de rectitud con que nos criaron nuestros padres y abuelos. Entonces, teníamos que dar cuenta clara del más mínimo centavo o juguetico que lleváramos a la casa. Esas enseñanzas no deben ni pueden sucumbir ante el facilismo y la vanidad que hoy impera.
Los gobernantes, tienen el deber y la obligación de ampliar y mejorar los órganos de control y fiscalización que se prevén, para salvaguarda del patrimonio nacional. Así como, aplicar todo el peso de la ley a los que violen sus preceptos.
A la ciudadanía, le corresponde ejercer la función de veedora permanente e insobornable, del uso apropiado de los recursos y fondos públicos. Con la firme decisión de hacer uso del derecho que le otorgan las leyes, a exigirles a las autoridades, la debida Rendición de Cuentas con transparencia.
Si así lo hacemos, la atmósfera de corrupción que nos invade se despejaría significativamente, y la justicia social ocupara el sitial que nunca debió perder.