El año que comienza está marcado por las elecciones presidenciales del 20 de mayo. Aunque se trata de uno de los principales acontecimientos, el proceso no es el único desafío de envergadura que pondrá a prueba al Estado de derecho, con el que tendrán que lidiar las autoridades y la nación.
La incertidumbre colma el ambiente en muchos aspectos. El sector empresarial teme que la intervención del Gobierno con el propósito de modificar la intención del voto, a través del uso y abuso de los recursos públicos, pueda afectar a mediano plazo la estabilidad de la macroeconomía.
Pero también priman dudas sobre la transparencia de las votaciones, habida cuenta de conflictos como el que todavía afecta el centro de cómputos de la Junta Central Electoral (JCE), con todo y las garantías ofrecidas por los organizadores del proceso y la creación de instancias contenciosas.
Las perspectivas se tornan más brumosas con la inquietante incidencia del narcotráfico, la criminalidad, la delincuencia callejera, los feminicidios y una violencia generalizada que tiene en ascuas a la población, además de déficits en sectores claves como el de desarrollo humano.
La herencia de 2011 exacerba los temores. El déficit presupuestario y el incremento del endeudamiento público lastran las perspectivas para recuperar la confianza y fomentar la competitividad, sobre todo cuando el Congreso ha renunciado a una de sus funciones como fiscalizador del gasto y del cumplimiento de las leyes.
Que el Gobierno diga que todo está a pedir de boca se entiende como parte de un discurso político, que también tiene sus bemoles en la medida que plantea seguir con una política que, conforme a sus estadísticas, ha propiciado el crecimiento, pero que ha sido incapaz de reducir la desigualdad social.
Este 2012 que comienza encierra muchas interrogantes, no sólo en términos electorales. Son muchos los lastres que se han acumulado, incluyendo, como planteó la Iglesia católica, la falta de sinceridad para combatir la corrupción, uno de los principales causantes de los males sociales.
En el entendido de que contra la corrupción pública y la privada las autoridades actúan con indiferencia y apatía, la Iglesia propone una campaña que nos permita limpiar el rostro de la nación, que algunos han llenado de lodo, amparados en la complicad y la impunidad.
Así las cosas, voluntad, unidad y sinceridad serán fundamentales para enfrentar los desafíos que se ciernen sobre la nación en este 2012.

