Por Eloy Alberto Tejera
Nicolás Canario, vendedor de “frío frío”, calza unas chancletas marca Nike, aunque viejas, representan la modernidad, y empuja un triciclo cargado de botellas con distintos sabores, que hacen recordar pasados tiempos. Su gorra azul, además de la sombrilla del triciclo, le permiten que su rostro no tenga ni asomo de sudor cuando se desplaza en medio del calor que generalmente azota las calles de la ciudad.
A las 5 de la tarde ese hombre que tiene 69 años y que está a punto de cumplir 70, como él confiesa, afirma que no tiene hora fija para volver, ya que es independiente. “Me gano entre 700 y 800 pesos a diario”. Esto los considera buenos, aunque no despreciaría un trabajo fijo en que se ganará 30 mil pesos, pues “con esos no se pierde agua ni se seca”.
Canario tiene seis hijos y diez y siete nietos (ninguno quieren continúe en esa labores), y con este trabajo los ha mantenido a todos. Vende frío frío desde que costaban 10 y 15 centavos. Hoy quien quiere tomarse uno debe pagar 35 o 50 pesos, dependiente el sabor.
Como comerciante y vendedor tiene sus criterios claros y códigos a los que nunca renuncia: jamás vende frío frío con sabor artificial. “Voy al mercado a comprar los productos, me levanto temprano para esto”, asegura este hombre oriundo de El Cercado, San Juan.
Nicolás, quien acostumbra a sintetizar sus criterios con refranes, afirma que sus frios frios son naturales, que jamás los hará de sobrecitos como hacen otros. Desde las seis de la mañana está en pie, preparando sus productos, comprando el hielo.
Mientras habla su mano ennegrecida contrasta con el hielo blanco que guaya que está inserto en una funda negra. De chinola, piña, menta, coco, jagua, limón, anís, tamarindo, y fresa…Enumera los sabores, sin que se les quede uno, y afirma que ni la pandemia de la covid-19 ha detenido sus ventas, pues gracias a Dios siempre vende. No obstante ha tenido que subir los precios, pues hasta la azúcar ha subido.
Su periplo de trabajo, es incierto y poco preciso, como todos esos en la ciudad se la buscan: “Subo por los Tres Brazos y el Mercado, pero por todas partes yo voy….”.
En la calle no solo no ha encontrado venta y cliente. Dos veces lo han chocado, y muestra las secuelas dejadas, al subirse el ajado pantalón gris. Presenta una cicatriz…
Esos choques no lo han atemorizado, y asegura que está totalmente recuperado gracias a Dios, “pues el hijo de Dios no muere boca abajo”.
Enchapado a la antigua y los criterios del caballero a cuestas: no hay quien le habla de quien golpea a la mujer ni quien se dedica al tráfico ilícito de estupefacientes. Ante la palabra marihuana, salta.
Està orgulloso de su empresa, la cual si se observa bien, tiene embotellado sus deliciosos fríos fríos naturales en una clásica botella gorda de Coca Cola. “Mìralo ni se ha movido el limón”, le señala a un cliente que pide uno de limón….
Entre respuestas y respuestas, vuelve a sus códigos irrenunciables: “Siempre ando con mi cédula, y si se me queda vuelvo a buscarla, porque un hombre sin ella no es nadie”, dice, este hombre que vive solo y cuya esposa con quien vivió por 38 años, murió hace 7 años. “Nos desapartó Dios. Nunca nos dejamos”.
Nicolás se despide con una sonrisa, arregla sus productos, su funda negra, pone su guallador en su sitio, y dice que “para hacer lo malo o abandonar su país, mejor se muere, que prefiere seguir empujando su triciclo”, mientras deja atrás los clientes, la tarde, y a la ciudad con su bullicio, que dentro de más o menos una hora, recibirá el crepúsculo.
