Reportajes

Profesionales de la Medicina fortalecen la fe de  enfermos  y les “dan vida”

Profesionales de la Medicina fortalecen la fe de  enfermos  y les “dan vida”

Pocos seres en el mundo se ven sometidos a las variadas inclemencias y el buen humor ocasional que derivan de una profesión tan particular como la de médico.

(El humor es un don, una joya  del espíritu que no todos tienen por virtud en el cofre de sus atributos).

El énfasis es aún mayor cuando estos profesionales que sustentan, bisturí en mano, la fama de salvavidas, ejercen su trabajo para las comunidades llanas y populares.

Alguien, haciendo un énfasis más rígido de lo habitual, estableció que la gente es ciega. Y es cierto, pero no siempre es esa la medida exacta.

Ahí hay infinitos yacimientos para el hallazgo sorprendente y la efusión dramática.

Hay casos narrados por los enfermos de una curiosidad insólita, en muchas ocasiones subjetivos, en otras pertenecientes al puro sentido común que domina la vida de la mayoría de los dominicanos.

No todos los profesionales de la medicina, como lo es el internista Pedro Mendoza, son escritores poblados del don de la curiosidad y la necesaria paciencia para extraer del momento risible o dramático, las joyas espirituales de la narración que nos deja perplejos o nos hacen reir en la soledad como unos locos afortunados.

Y suerte que hace siglos ya nos salvamos de las cirugías que hacían nada menos que los barberos, los únicos, en la Edad Media, con licencia, al menos en España, para provocar insólitas sangrías en sus resignados pacientes.

(Y de ese modo cruel aplicar la teoría, común entonces, de que el desangramiento era lo que convenía para detener el efecto de las persistentes enfermedades y  por efecto directo, si el infortunado lograba sobrevivir, recuperar la salud).

Producto de esa combinación de factores, Mendoza ha tenido a bien producir una obra de título destacadamente modesto y contenido eficiente: “Crónica de acciones curiosas de los enfermos”.

En algunos casos de los relatados por el especialista se hace notar la presencia del fenómeno que consiste en tomarse los pacientes las imágenes metafóricas como si fuesen la realidad misma, clara y literal.

Narra Mendoza: “Una vez tuve una paciente que insistía en que le indicara un medicamento que “cortara las alas de su corazón” para impedirle que marchara tan rápido.

Cuando le manifesté que tal medicina no existía, ella, de manera la manera más natural del mundo dijo:

“Pero si hay alguna medicina que corta el catarro, que corta la fiebre, entonces ¡tiene que haber una que corte las alas del corazón!”.

En otro caso, otro paciente, enfermo del sida, se abstuvo obstinadamente, de tomarse las pastillas que él le recetó simplemente porque en la literatura que le acompañaba decía que no se debía tomar en caso de embarazo.

Cuando el recetado acudió a su consultorio y él le indagó sobre su abstinencia, éste hombre increíble le dijo que él prefería morir antes de pensar en la posibilidad de que estuviera “preñao”.

Para empeorar el drama y producto del mal severo que le aquejaba, la barriga le había crecido con desmesura, lo que ya le hacía sospechar su grave dilema y su mortificación. Y   él nunca se sintió ser “ningún pájaro”.

Páginas adelante, narra Mendoza que, en la intolerable emergencia que tenía en sus años de pasante en el hospital público de Santiago, tuvo que jugar el rol de hasta de ensalmador!

Afirma que le llevaron a una mujer con problemas de “subimiento” de la matriz y que había sido ensalmada en el sector Gurabito pero no reaccionó al pretendido tratamiento. La mujer se hallaba postrada en la camilla del centro asistencial, bajo los efectos de un desmayo prolongado.

Le dijo a una hija, acompañante de la dama: “si la ensalmaron en Gurabito y sigue igual es porque quien lo hizo no sabe de eso.- Doña Aurora-le grité al oído-afirma,, la voy a ensalmar otra vez y usted verá cómo mejora de inmediato”.

-Tomé un recetario, precisa, y fuera del alcance de la mirada de todos escribí la oración o canto propicio para esos casos. Doblé varias veces el papelucho hasta que lo convertí en un rollito de un centímetro de espesor. Lo metí bajo mi dedo pulgar derecho y éste bajo la palma de la mano y lo coloqué durante tres minutos sobre el vientre de la paciente apretándolo contra el ombligo hasta palpar el latido aórtico.

Al completarse los tres minutos exclamé: “puede sentarse, señora, ya todo está bien”.

De inmediato se incorporó y se desperezó. Como la hija vio que estaba sentada preguntó:

-¿Ya se siente bien, mamá?

-Sí,-respondió, con vigor increíble.

Mendoza también narra el caso de un empleado del infernal departamento, verdadera antesala de lo insólito, sobre todo los fines de semana, llamado el Ciego a quien un paciente le echó toda la variada gama del vómito imaginable de un borracho trasnochado, al que él tuvo la osadía, por encima de la opinión del facultativo, de diagnosticarle un “embarazo ectópico”.

El borracho se incorporó hecho una furia y trató de agredir al falso ciego y más falso médico y si no hubiese sido porque estaba esposado y embriagado a lo mejor hubiese habido una tragedia.

El Nacional

Es la voz de los que no tienen voz y representa los intereses de aquellos que aportan y trabajan por edificar una gran nación