Con Andrés L. Mateo –
Sin ningún temor ni género de dudas, por la ética y la práctica del hombre, del intelectual, del exquisito escritor y de la alta conciencia crítica de la sociedad que es el doctor Andrés L. Mateo yo me la juego.
Apuesto a su ejemplo y a su vocación de ser moralmente íntegro, sin fisuras, sin debilidades, sin mezquindades. Y si me cobran por ese cumplimiento de mi deber frente a un paradigma, en consonancia con el imperativo categórico de I. Kant, lo pago con gusto y salgo ganando.
Todas las ideas y los cuestionamientos sociales y políticos de Andrés L. Mateo pueden ser aceptados o no, y se puede hasta disentir con expresiones extremas; pero hay que admitir el derecho fundamental, garantizado por la Constitución, que tiene el autor de La Otra Penélope a expresar libremente, y sin ninguna clase de censura previa, su pensamiento.
Andrés L. Mateo es uno de los estudiosos más profundos del maestro Pedro Henríquez Ureña. Y sabe que el hombre que lucha por la justicia, en todas sus manifestaciones, es superior, más necesario y vital, que el que solo se preocupa, en su afán de cultura, por su perfeccionamiento personal. Sacrifica diariamente su creación literaria por su hambre de servir a la sociedad. El cultor de El Violín de la Adúltera está muy lejos de egoísmos. Por eso se afana en la denuncia y es ríspido con ciertos personajes.
Muchas veces hace uso de la hipérbole, sin vanidades retóricas, para condenar las inconductas en el quehacer político, sin favoritismos frente al accionar de las figuras públicas.
Lo hace con su prosa límpida, cincelada con esmero artístico, al mejor estilo de Miguel de Montaigne, o con las ansias del “Yo acuso” de Emilio Zola, o con la dignidad de Juan Bosch contra los manipuladores del pueblo.
Sabemos que Andrés L. Mateo no es monedita de oro para gustarle a todo el mundo. Él considera irrenunciable el ejercicio del criterio.
Fija posiciones y no anda con medias tintas. No se preocupa por agradar a los que mandan, ni por obtener prebendas ni canonjías que el poder sabe repartir entre los bobalicones y pusilánimes que le sirven sin pudor, sin importarles que en sus inclinaciones indignas se rompan la frente con el piso, y exhiban su alma hasta las inmundicias.
Los pueblos siempre necesitan voces que se alcen con hidalguía. Sobre todo cuando muchos guardan silencio cómplice. El autor de Mitos y Cultura en la Era de Trujillo sabe cómo opera la dominación ideológica, con el manejo de los símbolos, la degradación de la palabra, el discurso subliminal, la canallada espiritual y el endiosamiento del poder. Por eso se rebela airado contra la anomia en que vivimos.
Por desgracia, en este país hay que morirse para que se reconozca la grandeza y el aporte de los buenos dominicanos. Con Andrés L. Mateo no funcionan los elogios ni las condenas, si con ellos se pretende encadenar su hombría de bien. Es un espíritu libre y coherente a toda prueba.
Con Andrés L. Mateo está el decoro.