Otro presunto narcotraficante muerto a balazos por la Policía durante un supuesto intercambio de disparos fue sepultado en el cementerio de La Vega en un funeral al que asistió una multitud que dispensó al difunto tratamiento de héroe o mártir, lo que obliga a reflexionar sobre cuáles son los valores que atraen a la gente de hoy.
El sepelio del jefe de una banda de delincuentes, caído también en alegado enfrentamiento con una patrulla policial, fue multitudinario, como otros muchos funerales de gente de la misma extirpe que van acompañados de estruendosa música y donde se exhiben o se disparan armas de fuego.
Sin formular juicio de valor sobre ese tipo de gente a los que Policía y Justicia atribuyen la comisión de crímenes tales como narcotráfico, atracos, asaltos, secuestro y sicariato, a la sociedad dominicana debería preocuparle el hecho cierto de que ese tipo de conducta antisocial provoca sorprendente admiración en cada vez más amplios sectores de la juventud, especialmente la marginal.
Al sepelio de Juan Ernesto Hernández Camilo, de 31 años, acudieron centenares de jóvenes, la mayoría de los cuales no tenían niveles de filiación con el fallecido ni lo conocían, pero sabían de su fama y su supuesta fortuna.
Ese cortejo fúnebre fue escoltado por más de sesenta policías al mando de dos coroneles, que esta vez tuvieron la previsión de incautar una disco light, con la que se pretendía amenizar el velorio y evitaron la exhibición o uso de pistolas y revólveres, aunque no así el consumo excesivo de bebidas alcohólicas.
El tipo de entierro efectuado ayer en La Vega, antes se realizó en Villa Juana, donde los integrantes de la banda que dirigía el joven fallecido depositaron en su féretro cinco pistolas y dos botellas de champaña, pero esos funerales se han convertido en costumbre en barrios populares y comunidades de provincia.
Duele saber que comunidades que son tan solícitas para participar en funerales de gente vinculada a acciones criminales, que se convierten en juergas de música, aguardiente y armas de fuego, no acuden con el mismo entusiasmo cuando se trata del entierro de un joven o adulto cuya vida fue ejemplar o de gran utilidad para la sociedad.
La sociedad está compelida a revisarse a sí misma para poder identificar las razones por las cuales un delincuente cualquiera recibe tratamiento de héroes o mártir, mientras los auténticos valores de la nación yacen envueltos en telaraña.

