Para comprender por qué los Estados Unidos se vio compelidos a negociar la salida de la guerra, hay que tomar en cuenta dos factores fundamentales: Primero: La resistencia heroica del pueblo en armas.
Habían calculado y calcularon mal que con esa cantidad de efectivos y con el poder de fuego que eran capaces de emplear y el armamento moderno de última generación que ya habían probado en la guerra de Vietnam, nos rendiríamos en muy poco tiempo como mansas palomas; y segundo: El respaldo masivo de los pueblos de la región y de países importantes de Europa y Asia, como el general Charles De Gaulle, de Francia, Rusia, China, Vietnam, Chile, Cuba, Uruguay México y Perú.
Todo esto estaba hundiendo en el desprestigio a la Nación Americana. El día 15 de Junio bien temprano en la mañana comenzaron un ataque sin precedente, masivo, continúo utilizando todo tipo de armamento pesado como bazucas, morteros de 110 ml, ametralladoras 30 y 50, cañones de 105 ml.
A las 10:00 de la mañana ya teníamos alrededor de 29 muertos. A media tarde cayó un mortero y el edificio se estremeció, un segundo mortero destruyó la parte frontal del edificio de la esquina.
En la tercera planta estábamos Caamaño, que tenía un radio de baterias, Héctor Aristy y yo, Caamaño observó que la estación nuestra no estaba en el aire y fue a averiguar qué pasaba, yo le dije que iba a bajar a la oficina del jefe de Estado Mayor que era el coronel Juan María Lora Fernández, pero este no se encontraba en la oficina.
En la entrada muy cerca del pasillo se encontraba el coronel Hernando Ramírez y cerca del escritorio en el otro extremo estaba el compañero Marcelino Vélez Santana. Me senté en un sofá frente al escritorio y comencé a recibir las llamadas muy frecuentes de los comandos.
En ese momento un mortero 110 impacto el edificio, la onda expansiva nos estrelló contra el suelo, el plafón se vino abajo y nos cubrió de madera, cristales y cartones. No puedo saber qué tiempo estuve sin conocimiento pero cuando desperté pensé para mis adentros: por fin me mataron.
Cuando le narré esto al profesor Juan Bosch, éste se rió a carcajadas y me dijo si estaba pensando estaba vivo, los muertos no piensan.
Al tratar de incorporarme me di cuenta que estaba herido, un chorro de sangre salía de forma intermitente de mi brazo derecho en su lado interno cerca del codo.
Como era médico entendí que tenía una arteriola rota, las venas no laten, saqué un pañuelo del bolsillo derecho y me hice un torniquete, la hemorragia cedió y me desembaracé de cristales.
El coronel Hernando Ramírez se había ido y no lo volví a ver más en toda la guerra. Marcelino Vélez Santana me pareció que estaba muerto, yacía examine y cubierto de sangre, cuando intenté acercarme y angustiado por su condición me dispuse a comprobar signos vitales en un ambiente muy precario.
En la muñeca izquierda no tenía pulso radial, intente el pulso carotideo y pude notar muy débiles latidos, de inmediato comencé a darle resucitación cardiopulmonar con mensajes del corazón a través del esternón y respiración artificial.
Abrió los ojos y respiraba ya rítmicamente, tenía que sacarlo de allí y abrazado en mi hombro lo lleve a la calle Juan Isidro Pérez y allí en una segunda planta vivía el compañero Aníbal de Peña, bolerista exquisito y autor del Himno de la Revolución.
No se encontraba pero hablé con la criada y me dijo que había un botiquín.
Examine la cabeza y me di cuenta que no tenía heridas grandes, sino múltiples heridas pequeñas que en el cráneo sangran mucho, le coloque un vendaje compresivo, bajé y llame a dos combatientes civiles, los llevé arriba y les dije que no se movieran de allí, que no permitiesen que se levantase y saliera y que ellos me respondía por su vida.
Por fin, en la calle Santomé conseguí que tres combatientes, no los recuerdo bien, pero creo que pertenecía al comando del comandante Jaime Cruz y me llevaran al Hospital Padre Billini.
Allí un cirujano cuyo nombre no capté amplió la herida y me extrajo una esquirla metálica de más o menos 1.4 cm, de la arteria humeral profunda y que si la hubiera roto yo no lo estaría narrando.
Conservé en mi memoria cuando el director del hospital me fue presentado porque tiene el mismo nombre de nuestro Padre de la Patria Juan Pablo Duarte.
A los incrédulos hombres de poca fe, a los oportunistas. A los trepadores y a los mitómanos les recomiendo que contacten a los familiares cercanos del doctor Marcelino Vélez Santana que estoy seguro que darán fe de estas narraciones.
En cuanto a mí con gusto le mostraría la cicatriz que me dejó el mortero 110 que impacto nuestra sede de gobierno, es pequeña de aproximadamente una pulgada pero lo suficientemente grande para convencerme de que algo hice por esta Patria nuestra.
El Dr. Marcelino Vélez y yo no estábamos en esas posiciones en busca de protagonista político ni mucho menos exhibicionismo mediático.
El periodista y amigo Bonaparte Gautreaux Piñeyro ha escrito un libro excepcional que tituló: “Santo Domingo, Guerra Patria de Abril de 1965” en el que con su proverbial vistosidad y maestría relata los hechos trágicos y circunstancias heroicas que se desarrollaron en esos días aciagos y turbulentos, creo que no me equivoco si lo considero el más completo y documentado de todos los que han tratado el tema.
Pero cuando alguien escribe sobre un tema histórico político tan complicado puede cometer algunas fallas que deberán ser corregidas en una próxima edición.
Se puede fallar por dos razones: La 1ra porque lo hace deliberadamente. Y la 2da porque fue mal informado.
La primera variable no cabe en juicio de nadie que se pueda aplicar a Gautreaux Peñeyro, pero la segunda variable es la correcta había sido mal informado y esto no es un pecado, nadie puede saberlo todo (páginas No. 26, 44, 46, 56, 65, y 247).
Yo afirmo aquí bajo fe de juramento que el doctor Peña Gómez no conspiró con los militares constitucionalista, que nunca fue a ninguna reunión de las que hacíamos periódicamente y que nunca fue delegado de Juan Bosch a las reuniones que celebrábamos.
De esto pueden dar fe el hoy general® Héctor Lachapelle Díaz y el coronel ® Pedro Alvarez Holguín. Lachapelle Díaz, era un militar circunspecto, discreto y disciplinado que había participado en todos los escenarios de la etapa conspirativa y la guerra de abril con arrojo y valentía excepcional.
Aún no había sido ponderado en su justa dimensión, la historia se encargara de colocarlo en el nicho de los inmortales.
Peña Gómez había acumulado ya suficientes galardones para que fuera reconocido como uno de los más grandes líderes políticos en los últimos tiempos, tampoco era correcto colocarlo en un escenario que duro un año en el que no había estado nunca.
Tampoco es Verdad que el doctor Salvador Jorge Blanco había participado como asesor de Don Antonio Guzmán. En las discusiones de la formula Guzmán (pág. no.416). Nunca he sido mezquino para reconocer los meritos ajenos, ni solícito para demandar los propios.
Los hermanos Mundito y Enmanuel Espinal, valiosos compañeros del Partido, tampoco conspiraron con nuestros militares, pienso que por la cercana amistad que mantenían con Peña Gómez estarían involucrados en la conspiración del grupo de San Cristóbal.
Euclides y Aristy
El ministro Aristy y el coronel Caamaño eran íntimos amigos mucho antes de estallar la Revolución, no participó en la etapa conspirativa pero se unió a ella rápidamente. Cuando Caamaño fue nombrado Presidente por nuestro Congreso le nombro Ministro de la Presidencia.
Desde el comienzo mostro un inusual afán protagónico y una avidez extraordinaria por la figuración mediática, como habla inglés le era muy útil al Presidente fungía como secretario y traductor a la vez, el problema se presentó en varias ocasiones en las cuales contesto él las preguntas en vez de Caamaño y el interlocutor le reclamo que había hecho la pregunta al Presidente y no a él.