Su lucha, la iglesia y el pueblo convirtieron en Santo a Monseñor Romero. Aquel que dijo que los pobres le enseñaron a leer el evangelio ha sido canonizado.
Monseñor Romero, como cual Jesús, resucita, se levanta y se agiganta, luego de recibir el peor de los castigos, en 1980, por parte de sus verdugos, aquellos que nunca entendieron su práctica, su homilía y su lucha a favor de su pueblo.
Las huestes criminales que gobernaron El Salvador mataron al profeta, pero jamás pudieron impedir su resurrección y su compromiso con el reino de Dios y su justicia. Hoy, ese hombre está en medio de los que luchan por la construcción del reino de justicia e igualdad en América y el mundo.
El próximo 24 de marzo se cumplirán 39 años de su vil asesinato.
A Romero lo asesinaron las élites dominantes de su país que, en la defensa de sus escandalosos privilegios, pretendían ahogar en sangre las nobles aspiraciones del pueblo. Ahora lo recordaremos como un cura que supo desde el púlpito identificarse con las ansias de cambio y transformación de su pueblo.
Pedro Casaldáliga, obispo brasileño dijo que “la muerte de Romero se hizo vida nueva en una vieja iglesia y, que por ello nadie hará callar su última homilía”. Mucho recordamos la lucha del pueblo del Salvador por liberarse de “las 14 familias”, la que en alianza con el ejército del ex coronel Roberto D’Abuisson arrodillaban a la población.
Monseñor Romero, con su postura revolucionaria ante tantos abusos, convirtió las homilías dominicales en denuncias de las injusticias y los atropellos y, en anuncio vivo de buenas nuevas para los pobres, tal como lo predicó Jesús.