Toda sociedad es multitud y es conjunción de sueño y pesadilla.
Todo el mundo tiene derecho al libre albedrío pero el saqueo de lo ajeno no puede caber, salvo en la realidad dominicana, en esa lotería obscena.
Una sociedad humana, cualquiera que fuese, tiene la obligación de definir inicialmente sus bases materiales pero también las inequívocamente espirituales que no excluyen la honradez, el honor, la dignidad.
En los fundamentos de esa sociedad tiene que haber un principio claro de organización lógica, ética y de espíritu crítico, por decirlo de algún modo.
La sociedad la integran individuos dotados de voluntad, de sentimientos, de sentido del desarrollo evolutivo.
En la sociedad dominicana estas son metas vitales y asimismo aspiraciones que aletean como inertes en un vacío inexplicable.
Se halla fundada esta sociedad en puras complicidades, en una guerra de sórdido silencio compartido.
Los símbolos concurren a putrefacción, las palabras terminan por degradarse en significantes inocuos o en su defecto, perversos.
La sociedad dominicana de hoy se halla fundamentada en el más descarado individualismo y en la más descarnada ausencia de una conciencia social que remueva sus cimientos hasta las llamas, de ser necesario.
La búsqueda selvática de lo mío sustituye hoy cualquier pretensión de mantener viva esa sustancia esencial que le da vida a la palabra decencia.
Aquello que convierte a un ser humano en referencia de por lo menos alguna virtud memorable no se hace visible en el espejo fragmentado y oscuro que es esta sociedad humana llamada República Dominicana.
Un hombre llega al poder y en poco tiempo se inviste de una invulnerabilidad inabordable, capaz de traspasar los límites temporales del poder.
Ya ese hombre es un mito. Es un arrebato de lo celeste, una categoría humana capaz de tutearse con los dioses.
Sus cómplices obligados saldrán a defenderlo al menor intento de justicia, aunque sea la imagen misma de la perversidad y el latrocinio como si de una deidad purísima se tratara.
Un hombre cualquiera se convierte, por efecto de la inatacable corrupción del poder, desde la casi miseria incontrastable, en un potentado.
No habrá a la vista un mecanismo serio y seguro para hacer que por lo menos explique su nuevo estatus poderoso.
Otro hombre se autojubila con una pensión fabulosa, que no resiste un examen mínimamente decente en un país pobre y llevado a la miseria, y no hay apenas reacción mínima a esa obscenidad intolerable.
La cosa nostra sentiría envidia de tan pronunciado y extendido cinismo nacional.
Tanta gente sabe tanto de tantas otras sin querer o sin poder sobrepasar el suspiro impotente, sin revelar nada, sin arriesgar seriamente su vida.
La sociedad dominicana, como esos volcanes que de siglo en siglo despiertan, se restriega sobre el cuerpo llegada la impotencia y la rabia, pero no para siempre.
UN APUNTE
El resurgir
La sociedad dominicana, como esos volcanes que de siglo en siglo despiertan, se restriega sobre el cuerpo llegada la impotencia y la rabia, pero no para siempre.
