El 15 de este mes, el jefe de las Fuerzas Armadas de Zimbabue, general Constantino Chiwenga, dispuso el arresto domiciliario del presidente Robert Gabriel Mugabe, 93 años, hasta el pasado 21 de noviembre, el gobernante con mayor edad del planeta, 37 años en el poder, y de su influyente esposa Grace, 51 años, a quien sus paisanos llaman Gucci Grace, por sus hábitos compulsivos de compras abundantes y caronas.
El general Chiwenga puso a rodar los blindados por Harare, capital de Zimbabue, señal del control de la situación, luego de arrestar al valetudinario gobernante, que como todos los dictadores, clausura el oxígeno disidente a la oposición, trocando el sistema democrático en una ópera bufa y en una caricatura de su estructura filosófica.
Mugabe, líder de la lucha por la independencia, purgando diez años de presidio, cuando Zimbabue no se conocía como país y era parte de Rodesia, con la carga abominable del apartheid del que fue líder súper histórico el venerable Nelson Mandela, devino, como todos los que ejercen el poder por un tiempo más que el prudente y permisible, en la deriva autoritaria, en un miserable dictador, conculcador de las libertades de sus paisanos y despilfarrador de los recursos del contribuyente.
Consecuencias de sus falencias de valetudinario, Mugabe, a quien sus íntimos osan llamarle Bob, viene declinando o delegando las instancias acusadas del poder a su esposa Grace, a quien sus paisanos llaman peyorativamente Gucci Grace, por sus finos gustos de vestir, que sin el menor asomo de rubor ni secreto, ha propalado su aspiración de suceder a su anciano consorte en las presidenciales de 2018.
El escenario de Zimbabue se me ocurre parecido al que padecen hoy los venezolanos, dirigidos aparentemente por un fortachón Gilgamés ex conductor de autobuses públicos, despojado de sindéresis, llamado Nicolás Maduro, apellido que conecta con el término inmaduro, conforme se aprecia por sus ejecutorias, no obstante saberse que el verdadero poder detrás del trono es Diosdado Cabello, más maduro que Maduro, a quien se le atribuye concepciones políticas luciferinas que han descarrilado a Venezuela del tren de la cordura, mesura, eficiencia, sensatez y prudencia.
Es la socorrida versión no solo de los cables noticiosos disparados desde Caracas y otras latitudes, sino las que escuchamos a diario de unos doscientos mil venezolanos que en tropel han venido a residir RD, a quienes identificamos como chamos, evadidos de su país porque los puestos de trabajo escasean, como las medicinas y alimentos, y el bolívar, signo monetario, ha caído en un precipicio abisal de 80 mil por un dólar, encareciendo por todo lo alto el día a día de los chamos, que para hacer una comprita en el súper tienen que llevar los bolívares en un cochecito de bebé o en una mochila.