Hablemos del misterio de la transparencia, de poesía y de las invenciones más raras que a mente alguna pudieran ocurrírseles. Antes hay que abrir los ojos bien, muy bien. Ranas saltan y las ciudades son ciudades, y las cosas son las cosas. Lo raro es donde se encuentran, lo raro es que en Sorbos de Café el enigma es la luz que desvela.
Prodigios de sutileza, una artista reinventa las jugadas. Reina Lissette Ramírez es responsable de una prosa ondulada, de asociaciones insólitas, y de una gracia y precisión que embriagan, desordenan suave. Sus poemas alcanzan y disuelven la fuga, parecen quietos como una tarde imaginada, pareciera que en todo el mundo es de día. Es la magia, su brujería clara, diafanidad que acompaña y ríe.
Fugacidad que detiene y fija, “no es un adagio”, dice, podría ser lo mismo que soñamos, “la tarde de primavera” en que “la conocimos”, el café, quizá la rosa de Hiroshima, todo cuanto solo ella ha sido capaz de ver nos ha quedado en las manos, en el sonido de cada cafetera.
Reina Lissette, habitante de Capricornio, nació el 6 de enero de 1983 en San Francisco de Macorís, sin duda poeta, y también actriz. Su poemario Círculo Diurno es ganador del Premio Nacional de Poesía Joven Miguel Alfonseca, Feria del Libro 2005. Otros textos suyos han sido premiados y obtenido menciones, no nos corresponde mencionarlos, ahora nos importa únicamente los Sorbos de Café.
Reina Lissette Ramírez
Ojos grandes de pantalla
Ojos grandes de pantalla los de María Vertte, que cuela un café de película. Hoy, en la noticia del asesino tiroteado por todos los costados publicaron en el periódico: “Diez Balazos Certeros, Aún así no le matan.
Imágenes vistas por ella con sus ojos de radio ochentero que miran los grises ojos de la tarde en que reza y rinde tributo a la noche que sueña lo que soñamos, la tarde de primavera donde conocimos a Vertte; quien cuela un café de punta. Ella es serena casi alcoba dormida, de piel transparente pero no llega a rana, así que tose mucho si fuma mentolados; en cambio, con el café se reanima y le da un color a sus ojos como de lunas verdes y perdidas en el Sahara… ojos graves de planicies los de María Vertte.
Hombre cuerpo
No es un adagio, no es una sonata, no es una copa, no es un vino; ni siquiera son estas cosas que leen tus ojos esclavos de soles y lunas. No es el tiempo plasmado con intención de pescar fiebres, dramas o lágrimas de cocodrilos. No es la pluma que dicta sentencias de pilares antiguos, heredados sin premura; inexplicable orgía del hombrecuerpo sencillamente apetecedor de placeres, cerebro insustituible: banquete de alegorías, adagios, sonatas, copas, vinos, mujeres; y ni siquiera puede uno reírse bajito…
Rosa mía
Rosa mía que alguna vez estuviste seria y grave ante un templo; dama sedienta de vinos y cabellos risueños de amor, sangre en pétalos, esqueleto de la mañana… si estás aquí dentro enloqueciéndome a cada instante, al parecer quieres mi muerte, y tan exquisita y conmovedora que aparentas. No me roces rosa mía, mía rosa del cuerpo soñado de mis sueños, rosa mía, mía rosa, seria y grave…
Sorbos de café
Sorbos de café en la mañana mientras reviso papeles, testimonios y ojos de pantalla. Abuela entra con la taza del principio y sus dedos se disuelven en la pasada, con su gesto pretende que beba a todas horas. La miro y su mirada me recuerda que la gente muere de repente; así aprovecho, le recito un poema sobre la araña peluda muerta y resucitada una y otra vez… El último sorbo es un verano asesinado por bachatas y duele en el pecho, descubro que Abuela se marcha sin saber de mi dolor, por siempre se aleja entre un carnaval de sombrillas, flores y cajas. Ya solo son recuerdos entre musicales suicidas, aun así he querido recobrar la navaja, el globo; la isla que se descuartiza bajo el sol tostado de café colado por mujer asfixiada en testimonios tintados.
Nuevo imperio
No todo se presiente en la nuca de salvaguarda, si después de saciado se deja al ángel guardián esperando y conforme de soledad. No todo se presiente, pues ahora la mujer manda y se sienta en el trono de madera olorosa; muerto ya el Rey Segismundo, colgado de amnesia, envenenado de jerez, cansado aturdido de lotos y jazmines, no todo se presiente.
Inquebrantable
Negra la noche, como pipa recién apagada cuando el viento quiere retornar en sus ojos recuerdos secos y amargos. Se sacude rápido de esos azares, de esos números inciertos, ya con el reloj en la mano izquierda y el oro en la derecha. Sube al hotel frente al mar inclemente que le confiesa el hastío repetido. Sube y es llegar a un paraíso en soledad, con el aire fresco y suave, el escritorio sereno, la cama sedienta de cuerpos, y el olor de flores marchitas en ese perfecto otoño donde se descubre a si misma: Inquebrantable.