Los jueces hablan por sentencias; los periodistas hablan por artículos; los ingenieros hablan por obras de infraestructuras; los médicos hablan por salud; mas, el genio creativo de Steven Spielberg habla por películas, que es el arte que amó desde niño, que le dio la vida y su razón de ser, y en el filme The Fabermans’, que es su biopic, el director de ET se desnuda, paseándonos por los intersticios de su familia y sus fantásticos inicios en el difícil mundo del séptimo arte.
Las cualidades artísticas de Spielberg parecen ser congénitas en un hogar que él reconoce anormal: Su ensimismado padre, apetecido por las grandes empresas de computadoras de su época; su madre, pianista con grandes ínfulas de concertistas, pero sometida a terapia mental por su dilema entre su esposo o el mejor amigo de su pareja, lo que la llevaba a infidelidades, las cuales el muchacho descubrió con su cámara en ristre.
The Fabermans’ me hizo entender la obsesión de Spielberg por aparecer en primer plano en la última escena de la cinta cinematográfica La Lista de Schindler en donde el creativo, flor en mano, le rinde tributo al alemán que salvó a cientos de judíos del holocausto. Para menos no era, pues el artífice de Tiburón ha sufrido en carne propia y desde su niñez el asedio, discriminación y violencia en contra de los judíos.
Aleccionador resultó el encuentro con el preclaro cineasta John Ford, quien a diferencia de lo que pensamos, nos demuestra que el éxito de una obra radica en simples fórmulas pragmáticas (¿dónde está ubicado el horizonte en ese cuadro?); o igual lo que puede esta “fábrica de sueños” como es el cine, que convierte un mortal en deidad. The Fabermans’ es sencilla y lineal, pero inmensamente bella.