Hubo una época en que el antibochismo era un oficio. Y no cualquier oficio, sino uno muy rentable. Cargar contra el profesor Juan Bosch garantizaba algún tipo de sinecura. Pero lo mismo ocurrió con el antipeñagomismo, que también se convirtió en una de las vías más expeditas para buscárselas. Con el coro antihaitiano que ha generado la sentencia del Tribunal Constitucional que despoja de la nacionalidad a descendientes de extranjeros que se hayan establecido en el país de manera irregular a partir de 1929, la corriente ha encontrado un terreno fértil para florecer. Sin importar, en el caso de algunos que por congraciarse con el poder se hagan hasta indignos de su pasado y de sus aportes a la justicia social.
Es posible que ese oportunismo de nuevo cuño, combinado con los residuos de un odio histórico y la permisividad del desorden migratorio haya impedido a las autoridades calibrar la dirección y magnitud de la tormenta que se ha creado en el exterior en torno a la ejecución del Plan de Regularización de Extranjeros. En el extranjero no se ha cuestionado la soberanía ni el derecho que tiene República Dominicana a legalizar la presencia de inmigrantes. Las críticas y el recelo tienen que ver con la posible expulsión de descendientes de haitianos privados de sus identidades que no se acogieron al programa migratorio porque se consideran dominicanos.
Mientras por aquí se enfrenta y responde al Gobierno de Haití, por más que haya metido la pata como en la denuncia de la deportación a su territorio de 21 personas; o peor aún a las víctimas, como ha sido el caso de quienes se han cebado culpando a los haitianos de malagradecidos, en el exterior ha cobrado fuerza una campaña contra República Dominicana. Como verdaderos gallos de pelea se ha recurrido a un ultranacionalismo para insultar a todo el que se ha pronunciado contra las repatriaciones, en lugar de explicarle el alcance de la regularización. En parte por esa prepotencia se han organizado campañas en las redes sociales (repudiables y funestas) contra el turismo a este país.
En su discurso de toma de posesión el presidente Danilo Medina clamó al Señor para que lo vacunara contra la plaga del oportunismo. Y tal vez sea necesario recordar que Medina se sintió tan impactado por la sentencia que ha generado todo este revuelo, que favoreció una salida legal y humanitaria. Por las similitudes con el antibochismo y el antipeñagomismo de aquellos tiempos, el mandatario tiene que extirpar el virus antihaitiano que colma el ambiente para abordar desde una perspectiva más humana y realista la tormenta que ha puesto a República Dominicana como una nación racista. Con sacaliñar la solidaridad con los haitianos y exponer la incompetencia de sus gobiernos no se despeja, sino que se enrarece más el panorama. El problema circula en otra dirección.