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Nunca en la historia de 241 años en que 45 gobernantes inquilinos de la Casa Blanca fueron tan tumultuosos, engorrosos, ásperos, altisonantes e impredecibles como el 45 presidente de Estados Unidos que resulta el polémico y tronante magnate Donald Joseph Trump, y todos esos apelativos cuestionables, como desestabilizadores, resultan una calcomanía de su campaña presidencial inefable y agorera.
Su apreciable fortuna que Forbes sitúa en US$4 mil millones, pero que el propio Trump asegura en US$10 mil millones, son en gran manera condicionantes psíquicos que decantan su abrupto y medalaganario proceder, en un gran consenso, marginado de consenso, el principal teorema para definir sus desparpajos que propala por sus insistentes como necios y vacuos twiters.
En su estilo de gobernar, empero, ha resultado coherente, conforme a cumplir con todo cuanto esbozó en su agenda de campaña electoral, muro fronterizo con México, que avanzó el país azteca, principal socio comercial con EEUU cifrado sobre los US$60 mil millones, segunda economía latinoamericana superada por Brasil, conmovido por un tsunami de corrupción política, que el republicano asegura su vecino pagará, de seguro, gravando con un 20% los aranceles de exportaciones mexicanas.
En este trabajo intento reflejar lo más próximo a la realidad circundante del presidente Trump, el parecer crispado de la sociedad mundial en relación a su temario de notable corte despótico, avalado por un Congreso dominado por los republicanos, y mi propósito es reforzado con creces por la certera descripción que del mandato de Trump redactó para The New York Times, en su edición del 22 de enero reciente, el periodista Steve Erlanger, al presisar:
“Los alemanes están enojados. Los chinos están totalmente furiosos. Los líderes de la OTAN están nerviosos, mientras que sus contrapartes en la Unión Europea están alarmados”.
En 26 palabras, Erlanger resume los pródromos de una administración tragediosa, cuestionable, semoviente como un pantanal, todo lo contrario a los 44 antecesores de Trump, que no causaron, contrarios a propalar el pánico, propiciando la concordia y el consenso, no un trepidante disenso arrogante, afincado en el poderío imperial para humillar, no para consensuar, y apaciguar la natural crispación planetaria ante el inicio de un presidente de EEUU.
El presidente Trump escogió el proteccionismo frente a la globalización, y en ese giro confronta intereses supremos con Pekín, abanderado de esa variable económica como soporte a su impresionante auge de dos décadas con PIB superior al 10% que sitúan al dragón chino como la segunda economía planetaria, obviando Trump el fracaso del proteccionismo elegido por el presidente Herbert Huber (1929.1933), que agravó el crak de 1929, aterrizó la economía estadounidense, empobreció a Europa, impulsando indirectamente con esa torpeza al nazismo, respaldando la lúgubre Ley Seca que produjo el triste jueves negro del 24 octubre de 1929 iniciando la Gran Depresión que se prolongaría hasta la II Guerra Mundial, como solución para a finalizar la prolongada crisis económica, permitiendo el ataque a Pearl Harbor el 7 de diciembre de 1941, como excusa de involucrarse en la segunda gran tragedia mundial (1939-1945).
El presidente Trump revocó con su Congreso dócil el Obamacare, penalizando a 49 millones de estadounidenses que se beneficiaban del auspicioso programa médico.
Modificará los Tratados de Comercio con Canadá y México (NAFTA), el Transpacífico y TLC con Centroamérica, no obstante los orondos beneficios que estos generan para la Unión, autorizando el gasoducto Alaska-Texas que el presidente Barack Obama negó.
Ha desertado de la diplomacia del diálogo y la paciencia de Obama por el uso unilateral de la fuerza en los casos de Afganistán, Iraq y Siria, ordenando guerra sin cuartel al terrorismo del Estado Islámico (ISIS), que controla gran parte de Siria, Iraq y Afganistán, armando a las milicias kurdas que procuran un Estado, que enfrentan al ISIS en Siria, confrontando intereses turcos y al presidente Reyep Tayyip Erdogan, a quien recibió en el Despacho Oval el 16 de este mes de mayo, abandonando la sede de la democracia imperial con las manos vacías.
La retórica siempre ambivalente, como una veleta a merced del viento, cobra notoriedad alusivo al caso de Palestina y la solución definitiva para la discordia que este año cumple 70 de comenzar en 1947, cuando el presidente Trump se decantó por aceptar la solución de dos Estados, un Estado y manejarse con palestinos y hebreos a comodidad, conforme expresó el 15 de febrero, a cinco días de iniciar la presidencia más imprevisible y traumática de Estados Unidos, recibiendo en la Casa Blanca a su homónimo como gobernante y recalcitrante primer ministro del Estado de Israel, Benjamín Netanyahu, el más ultraderechista de 70 años de existir el Estado judío, recibiendo al presidente de la Autoridad Nacional Palestina (ANP), Mahmud Abás en la Oficina
Concerniente a su política con Cuba, el 28 de noviembre de 2016 anunció revertir la política de deshielo iniciada el 17 de diciembre de ese mismo año por el presidente Obama, abriendo el compás de una gran interrogante, como interrogante resulta es su administración en todo.
El colapso del presidente Trump y un posible impeachmente podría producirse con el sonado caso de sus contactos con la Rusia del dictador presidente Vladimir Putin, investigado por el entonces director del Federal Bureau Investigation (FBI), la policía federal de EEUU, James Comey, despedido por Trump el 19 de este mes de mayo, por oponerse a cesar investigaciones de relaciones del gobernante con Rusia, actitud que puede evolucionar de acusarlo de obstrucción a la justicia, sinónimo de impeachment, esbozado por primera vez el 19 de mayo de 2017 conforme un cable noticioso de EFE fechado en Washington por el reportero Jairo Mejía, calificando al impeachmente “como un abismo al que pocos quieren mirar”.