Luego de 20 años con procesos electorales relativamente pacíficos y sin problemas significativos en su organización, nuestro sistema vuelve a tropezar y nos retorna a un atraso que creímos haber superado. Los culpables abundan, pudiendo empezarse por los mismos partidos, luego la dirigencia política y, por supuesto, la misma Junta Central Electoral que permitió que todo el proceso se le fuera de las manos.
Ni la Junta Central Electoral, ni los partidos y, claramente, tampoco la sociedad dominicana estuvieron preparados para la reunificación de los comicios municipales y congresuales con los Presidenciales, como fuera impulsado por la reforma constitucional del 2010. Esa reunificación nunca lució como lo más adecuado y resultó agravada por la persistencia del voto preferencial en el ámbito congresual, en vez de haberse migrado hacia el voto directo como correspondía.
La falta de democracia interna en los partidos no sólo provocó procesos internos accidentados, sino que el canibalismo intestino terminó contagiando el proceso en las elecciones generales donde la mayor parte de los alegatos de fraude surgen de los delegados de los mismos partidos afectando de forma inapropiada a sus propios candidatos.
Más aún, el comportamiento de la dirigencia política en todo este proceso ha dejado mucho que desear. Es inaceptable que los políticos sometan a la Junta Central Electoral a presiones para que “le cuenten sus votos”, justo en el mismo momento en que esta estaba tratando de contabilizarlos. Ocupar las Juntas Municipales o lanzarles turbas en medio de un conteo es sumamente grave, indistintamente de cómo se perciba el proceso.
Los reclamos se realizan por las vías admitidas por la ley y no en las calles poniendo en juego la vida de sus propios seguidores y las de personas ajenas al conflicto, y eso es algo que nuestros políticos aún no terminan de aprender y que se les va a cobrar muy caro en el futuro. Nuestro país tiene suficiente violencia como para que nuestros propios políticos se sumen a las estadísticas.
La Junta Central Electoral tampoco queda eximida de culpas. La organización, especialmente en la etapa del conteo, ha dejado mucho que desear, y su manejo ha sido cuanto menos torpe. Las artimañas de los partidos y candidatos para tratar de demeritar el proceso y cuestionar los resultados como parte del clásico pataleo no son nuevas, y son mañas harto conocidas en la Junta. La falta de preparación para el manejo del conteo y la incapacidad de devolverle credibilidad a su propio trabajo por encima de los pataleos, es quizás la mayor sorpresa de todo este proceso.
Estas elecciones deben servirnos de lección a todos y muy especialmente a nuestros líderes políticos. Si estos tienen algo de sensatez deben llamar a sus seguidores y candidatos a la calma, y terminar de resolver sus objeciones al proceso por las vías institucionales.
La calma y la paz del país siempre van a estar por encima de sus intereses, y eso es algo que se debe asumir en todas las esferas de nuestros partidos, porque de lo contrario los ciudadanos se lo recordarán cuando todo esto vuelva a ser relevante, en las próximas elecciones.