Andrés Fortunato
Cuando al medio día del 24 de abril de 1965, el entonces capitán Mario Peña Taveras y un grupo de oficiales subalternos, sargentos, cabos y rasos oficinistas, asumieron, en un acto heroico, la determinación rápida y decidida de apresar al Jefe de Estado Mayor del Ejército Nacional, Mario Rivera Cuesta, así como el grupo que conformaba el alto mando de ese importante sector de las Fuerzas Armadas, se comenzaron a cumplir los planes que habían urdido los militares que complotaban para derrocar al gobierno de facto, impopular, corrupto y represivo del Triunvirato, encabezado por Donald Read Cabral, el cual surgió como consecuencia del golpe de Estado que militares, en complicidad con empresarios, sectores de la jerarquía de la iglesia católica y de los Estados de unidos de América les dieron al Profesor Juan Bosch la noche del 25 de septiembre de 1963.
Si es cierto que un “hecho vale más que mil palabras” y que “la práctica es el criterio y fundamento de la verdad”, tenemos que admitir, que la decisión asumida por el capitán Mario Peña Taveras, junto a su personal, “fue la chispa que inició un proceso que conmovería al país, el continente y el mundo”: la revolución de abril de 1965, el tercer acontecimiento histórico de nuestra vida republicana.
A partir de aquel medio día cuando la intencionalidad y la determinación se unieron a la responsabilidad y el cumplimiento del deber que imponía la Constitución a todos los soldados, y que ese histórico Capitán dio cumplimiento, y el doctor José Francisco Peña Gómez hizo conocer al pueblo aquella acción militar dirigida al derrocamiento de ese gobierno usurpador de la voluntad popular, se desencadenaron una series de acontecimientos que provocaron: que, al otro día, 25 de abril, Donald Read renunciara a la presidencia; que el pueblo y los militares constitucionalistas se unieron, para luchar por el retorno, sin elecciones, del Profesor Juan Bosch y la Constitución del 1963; que se produjera la derrota militar de las tropas militares de San Isidro el 27 siguiente; la Invasión norteamericana, el 28, un día después de la batalla del Puente Duarte; la toma de la fortaleza Ozama, dos días después de iniciada la invasión; así como la muerte del Coronel Rafael Tomás Fernández Domínguez, líder del Movimiento Enriquillo, el 19 de mayo, a casi un mes de iniciarse la lucha por el restablecimiento del gobierno constitucional de Bosch, en un intento de tomar el Palacio Nacional; así como los acuerdos a que arribaron la Comisión Ad-Hoc de la Organización de Estado Americano-OEA- el 31 de agosto y la Batalla del Hotel Matum.
Ese Hecho desencadenante de aquel acontecimiento histórico que ha provocado que durante cincuenta años se hayan alternado todos los gobiernos electos, sin los tradicionales golpes militares, nos induce a pensar, que sin aquella arrojada y valiente acción del Capitán Mario Peña Taveras, el propósito de que esa revolución comenzara el lunes 26 de febrero, como se tenía planificado, la revolución hubiera abortado, como ocurrió cuando no se pudieron concretar los planes del Coronel Rafael Tomás Fernández Domínguez, quien pretendía regresar al país el 9 de enero del 1965 e iniciar la revuelta el día 10, pero que no se concretó porque en todos planes nobles, siempre hay un traidor, no fuera cumplido.
En ese caso la traición vino de quien no esperaba: su propio hermano, el Coronel Emilio Ludovino Fernández.
Esa es la cruda realidad. Por eso el país debe honrar, para siempre la lealtad a los principios y el compromiso con la Patria, que asumió, con gallardía el primer comandante de la acción práctica del 24 abril de 1965.
El hoy, en el marco del 50 aniversario de la revolución de abril de 1965, el Coronel ®, Mario Peña Taveras, un héroe olvidado que debe ser recordado, merece ser exaltado como Héroe Nacional, por el Congreso Nacional, y haremos justica.