Orlando Gómez Torres
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Si bien la idea de llegar a ser sede de un Mundial de Fútbol, y más aún, de unos Juegos Olímpicos todo en menos de 2 años, pareciere ser un sueño hecho realidad para cualquier país sin importar su condición económica, para Brasil, quienes se han dado el lujo, se ha convertido en una verdadera pesadilla. Las imágenes de protestas masivas contra los gastos en que ha incurrido Brasil para el Mundial de Fútbol ya recorren el mundo, a menos de 8 días de iniciar el evento el Estadio de Itaquerão de São Paulo donde se jugará el primer partido no está terminado, cerca de 6 estadios adicionales no están listos, ya una parte importante de la infraestructura para acoger a los equipos y los visitantes se anunció que no va a estar lista y para colmo de males la organización de los Juegos Olímpicos está críticamente retrasada.
El Mundial de Fútbol le va a terminar costando a Brasil aproximadamente unos $14 mil millones de dólares, haciéndole el Mundial más caro de la historia y más de tres veces más costoso que su antecesor Sudáfrica 2010 que en su momento solo costó $4 mil millones de dólares. Las Olimpíadas, a 2 años antes de iniciarse, ya vienen revisando su estimado de costo de los $11 mil millones de dólares iniciales a unos $16 mil millones, con amplio espacio para seguir aumentando en la medida que se siga retrasando su organización.
El momento de mayor orgullo para Brasil se ha convertido en el de su mayor vergüenza. El presidente de la FIFA, Sepp Blatter, catalogó la organización del Mundial de Brasil la peor que ha conocido en sus casi 40 años en la entidad, mientras que el vicepresidente del COI, John Coates, ya afirmó que la preparación para los Juegos de Río es la peor que ha vivido.
La situación para los juegos Olímpicos del 2016 es tan grave que el Comité Olímpico Internacional ya viene buscando un plan B para la realización de algunos eventos, incluso rumoreándose la posibilidad de rehusar algunos estadios y espacios en Londres. Para fortuna de esa organización los Juegos del 2020 serán celebrados en Tokio donde no se vienen presentando retrasos ni se espera que ocurran.
Por su lado ya la FIFA no tiene mucho espacio para ajustes de último minuto y solo queda esperar que el problema de la infraestructura no sea agravado por situaciones ajenas al fútbol, como las protestas diarias en las calles de Brasil por el evento. Para su desgracia los próximos Mundiales serán celebrados el próximo en el 2018 en Rusia, que este año ya hizo gala internacional en corrupción con las Olimpíadas de Invierno de Sochi, y luego en el 2022 en Qatar cuya elección sigue empañada por escándalos, que dado al intenso clima en ese país posiblemente obligue a que sea celebrado en invierno, y que ya va marcando un buen ritmo para convertirse en el Mundial de la Muerte con más de 1,000 trabajadores fallecidos hasta ahora en su preparación.
Lamentablemente a Brasil no le queda mucho por hacer solo que tratar de mantener la paz en medio del Mundial y quizás convocar algún Chamán para que les ayude evitar otra hecatombe para los Juegos de Río. Ambos eventos son una mancha enorme tanto para Dilma Rousseff como para el legado de Lula Da Silva, quien fue responsable de meter a Brasil en esta situación. Si bien los avances económicos del gigante latinoamericano en las últimas décadas son de destacar, hoy es más que evidente que se les fueron los humos a la cabeza. De todas formas les deseo la mejor de las suertes porque de todas formas estaré viendo el evento y deseo disfrutarlo.