Opinión

Un parto con cesárea

Un parto con cesárea

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No vemos que con la reelección se busque dar cumplimiento a un libérrimo deseo de la voluntad popular sobreevidenciada en las encuestas. Porque si a eso vamos, esas mismas encuestas revelan que la gente está harta de apagones, de carestías, pobreza, delincuencia y falta de empleos y oportunidades de mejorar su vida. Buenas razones y motivos para que el Gobierno también le tome el pulso y la palabra al pueblo y actué en consecuencia conforme a la voluntad popular que reclama soluciones ante las cuales las autoridades gubernamentales se hacen las sordas.

De esta manera, si el danilismo busca mostrarse como interpretador y cumplidor de la voluntad del pueblo, que comience por ahí y no solamente como impulsor del reeleccionismo a conveniencia.

Lo cierto es que la reelección no será el producto de un parto normal sino un alumbramiento difícil y doloroso, que requerirá que se abra el vientre artificialmente para extraer una criatura institucionalmente defectuosa y constitucionalmente monstruosa. Si finalmente se da a luz la criatura, ésta nacerá contaminada por el río sucio del dinero corruptor que se pondrá a correr en el Congreso Nacional, el cual convertirá en un bazar árabe, en una subasta de conciencia donde gobiernistas y legisladores se transformarán, respectivamente, en apostadores y pujadores.

Una repostulación que surja bajo esas condiciones seria el resultado de una violación. De la moral, de la ética, de la decencia y de las buenas maneras de hacer política. Y como en toda violación, se tiende a rechazar y abominar al hijo que nazca de ahí.

La Constitución de la República no puede estar nunca a merced del ciego encaprichamiento del poder personal ni en dependencia de un momento de popularidad, la cual tiende a ser veleidosa y pasajera. La popularidad es un inquilino que se muda con facilidad, por eso nunca compra un habitáculo para quedarse eternamente. Y si no, que se lo pregunten a Leonel Fernández.

Por eso, la popularidad circunstancial de un gobernante no puede ser nunca una razón valedera para justificar un cambio constitucional, en virtud de lo mudable y huidiza de aquella. No se puede modificar una constitución para complacer las apetencias de un individuo y sus secuaces que buscan prolongar y reelegir los privilegios que no disfruta el pueblo.

El presidente del Partido Revolucionario Dominicano, Miguel Vargas, consciente de todos los males que acarrea la aspiración al poder desde el poder, se ha ofrecido como un valladar contra la reelección. De ahí que blandiera la espada de la expulsión del partido contra los legisladores del partido blanco que acepten el contrato de servir de parteros del reeleccionismo danilista.

 

El Nacional

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