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Vergüenza

Vergüenza

Pedro P. Yermenos Forastieri

Era paralizantemente tímido. Eso, en apariencia, no tenía explicación. Mal parecido no era. Inteligente, buen estudiante, de familia honorable y cuando lo hacía, se expresaba con propiedad. ¿Por qué, entonces, cuando se trataba de interactuar con una mujer, sus herramientas colapsaban?

Aquella chica lo tenía perturbado. Soñaba con ella. La deseaba con toda la pasión que su corazón era capaz. A nadie había comunicado un sentimiento que crecía día a día. Menos a ella con quien, pese a ser compañeros en el colegio, apenas había intercambiado pocas palabritas.

Estaba seguro de que por la mente de ella no pasaba la idea de que él sería capaz de hacer lo que fuere necesario a cambio de una pequeña dosis de reciprocidad ante todo lo que sentía.

Fueron múltiples los intentos de acercamiento. En muchos de ellos creyó llegado el momento donde soltaría las amarras de ese nudo invisible que le aprisionaba la garganta y le impedía salir el más insignificante hilito de voz. De nuevo la frustración.

Transcurrió la navidad de aquel año que antecedía su mayoridad. El 6 de enero se celebraría el famoso bailecito de Reyes en el club de la ciudad. Era el escenario donde la adolescencia dejaba fluir la potencialidad de sus hormonas vigorosas para el disfrute pleno de sus irrepetibles encantos.

La timidez no tenía explicación

 Se lo propuso como meta ineludible. Sería ahí o aceptaría para siempre las consecuencias de su insuperable limitación y se resignaría a la soledad que le reservaba un destino donde era bueno  para cualquier cosa que no implicara tentar la suerte en los riesgosos avatares de las relaciones de pareja.

La fiesta empezaba a las cuatro de la tarde y desde que terminó de comer empezó a prepararse y a procurar donde estuvieran las fuerzas requeridas para acometer la empresa decisiva en la que estaba dispuesto a jugar al todo o nada. Apenas repicando el último campanazo en la iglesia del parque justo al frente del campo donde libraría su batalla existencial, se sentó en la mesa elegida junto a padres y hermanos.

 Al tercer merengue, recurrió a todas las tácticas estudiadas y la invitó a bailar. Se dirigieron al centro y los nervios empezaron a fallarle. De pronto, su hermana mayor lo separó de su amada, le dijo que no se bailaba de esa forma e intentó enseñarle. No soportó la humillación, salió huyendo y así culminó su primer y último lance de amor.