POR: Aida Trujillo Ricart
http://aidatrujillo.wordpress.com/
Clasificar y liberar nuestras tristezas
En una de sus publicaciones, el diario Ahram Online comenta varios argumentos. Entre ellos plantea lo siguiente: “No sé si es fácil medir la tristeza. Para hacerlo antes habría que «descomponerla» mediante unos «indicadores» que después se sumarían para «recomponerla». Creo que al final se acaba teniendo una idea pobre de la misma, que es un descontento o insatisfacción. Frente a los datos que nos llegan de otros análisis, lo que podemos comprobar mediante el contacto diario con jóvenes, y su forma de responder diciendo que «son bastante felices», como concluye el informe, esta respuesta no es más que un mecanismo psíquico de defensa, de negación de la angustia y la ansiedad que padecen. Tiene bastante de «autoengaño». A las personas, en general, no nos gusta reconocernos tristes porque eso nos causa más congoja. Tratamos de evitarlo mediante engaños psicológicos. Es algo que cualquier psicólogo puede ver. No es una cuestión de sinceridad, sino de supervivencia.”
El diario no sólo habla de «tristeza» sino de algo mucho más misterioso, aunque cuantificable, que encaja con el encuentro con dos sociólogos que participaron en la mesa redonda del autor del informe y de un colega. El artículo del Ahram Online permite percatarnos de que no se ha transformado la idea de la «felicidad». Quizás se ha innovado en el sentido que, cuya base, es de naturaleza substancialmente económica. Dicha «felicidad», como ausencia de preocupaciones de cualquier índole, es también relativa. En el ejemplo de Dinamarca como modelo de altos niveles de la misma, encontramos que el país está en el puesto 26% respecto al número de suicidios, mientras que el «infeliz» Egipto, en cambio, está en el puesto 96%. Puede argumentarse, con cierta razón, que los datos egipcios puedan estar retocados ya que las familias y el gobierno tienden a camuflar a los suicidas.
Un factor grande de insatisfacción, que implica que no se puede satisfacer aquello que se desea, tal como apunta el periódico, tiene que ver con las relaciones socio-familiares. Uno no solo es infeliz por lo que pierde, sino por no obtener lo que espera, manifestándose el desencanto.
“Cada uno ha de trabajarse su decepción para evitar los sinsabores, aunque no es una tarea fácil. Muchos de los que rebuscan en el inconsciente acabaron creando teorías que consuelan a algunos atrevidos que se arriesgan a inmersiones terapéuticas que les libran de ciertos interrogantes a costa de vaciarles el bolsillo. Mucho más sencillo podría ser la reconciliación, si la liberamos de todos los sesgos socio-religiosos.
El llanto es un reflejo. Nuestro cerebro recibe una información que, al circular por nuestros conductos neurológicos, produce una sensación que solo se puede transmitir llorando, ya sea porque la información despierta una gran tristeza, una gran alegría, etc. No todo llanto tiene que ser por tristeza, se puede llorar de alegría, de cansancio, de rabia… No sólo tiene una parte negativa. No todos pueden transmitirlo así, hay quienes, frente a una situación de tristeza reaccionan riendo o diciendo tonterías. Cada cual tiene manera de expresar sus sentimientos y hay que respetarla.”

