Opinión

Adiós a Tony Lora

Adiós a Tony Lora

“Si, en verdad, queréis contemplar el espíritu de la muerte, abrid de par en par vuestro corazón en el cuerpo de la vida. Porque la vida y la muerte son una, así como el río y el mar son uno también. En el arcano de vuestras esperanzas y deseos reposa vuestro conocimiento silencioso del más allá”. Khalil Gibrán, La Muerte, en El Profeta.

A pesar de que nacemos y crecemos sabiendo que, un día cualquiera, vamos a morir, el cambio de plano existencial siempre nos sorprende cuando la muerte aparece silenciosa, inesperada y -reconforta pensar- muy cómplice de quien se va al nuevo proceso de vida.

Es lo que nos sucedió el martes pasado cuando Pedro Antonio Lora Tavárez, el querido Tony, emprendió el regreso existencial hacia la fuente de Vida sin prepararnos para experimentar el terrible vacío que nos deja, a sus adoradas hijas, a su familia, de aquí y de Argentina, a sus amistades más íntimas, a sus pacientes y a todas las personas que lo consideraron un ser tan especial.

En los últimos 15 años de vida, nos regaló su amistad cada viernes a la hora del almuerzo, participando en lo que se llamaba El Cotolengo, porque era un momento de inconsciente alegría para quienes compartíamos con Tony que, aun habiendo partido, nos sigue sorprendiendo a través de testimonios procurados por tantas personas dolientes.

Buscando fotos entre los momentos vividos, nos fue fácil encontrar las adecuadas para conformar un rosario de recuerdos, porque en todas Tony está alegre, muy alegre, en una “chercha” que él hacía especial con sus salidas jocosas y sanas.

Descubrimos que era un discreto hombre de mucha fe, que asistía activamente a la Iglesia Cristiana de Santiago, y que, no podía ser de otra manera, su mensaje evangélico preferido refiere a la Carta de San Pablo a los Tesalonicenses, 5-16, que dice: “Estad siempre gozosos”.

Y así fue su vida, un gozo honrando siempre sus mejores principios y compartiendo con todo el mundo, sin ninguna distinción, porque Tony era un verdadero prójimo, sin poses ni doble moral.

Caterina y Jesica, sus hijas, tienen que estar muy orgullosas de ese padre tan querido y querendón, porque se quedan con lo mejor de él, su sensibilidad, alegría de vida y su dimensión sagrada de la amistad para todas las personas.

Y, ¿qué es dejar de respirar, sino el liberar el aliento de sus inquietos vaivenes para que pueda elevarse y expandirse y, ya sin trabas, buscar a Dios? K.G.

El Nacional

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