Hay que quererte, Orlando, en cada momento, hay que admirar tu vida útil, cristalina, no pertenecías a la época en que viviste, lo irracional era dueño de ese tiempo, llegaste adelantado, a cobijar tu patria, a iluminarla, con tu mente brillante y con tus ideas y ansias de justicia y respeto a la gente.
Hay que perdonar a los ignorantes que te hicieron daño, no estaban preparados para comprenderte con su mente obtusa y su alma sucia, tú eras un obstáculo para sus planes malignos, con tu pecho al aire amortiguaste todas las municiones que portaban y que tenían como destino a tu indefenso pueblo, a ese pueblo que tanto amaste y al que dedicaste tus mejores años, el tiempo de un joven hacer travesuras y quemar algunas etapas de su corta vida.
Fuiste un enviado, no sé el lugar de origen, pero te envolvieron en papel de regalo con destino a esta media isla, y tú, niño hombre, cumpliste tu encargo a cabalidad, comprendiendo el valor que tenía tu misión, no desperdiciaste momento en tu noble tarea de crear conciencia, y regaste los surcos que pudiste, de valiosas semillas, para que sus frutos sean cosechados por el hombre nuevo, por el hombre honesto, por el hombre probo para que lo siembren en un tiempo, y sean recolectados por generaciones, para que germinen de tu sangre derramada, justicia y libertad, que tu patria necesita para su dignidad.