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Abinader: escudo y arte

Abinader: escudo y arte

Oscar López Reyes

Colocándose correctamente la banda con el Escudo Nacional por primera vez en 90 años (1930-2020), el 16 de agosto de este último año Luis Abinader juró en la solemnidad del Congreso Nacional, y en el 2024 el majestuoso testimonio protocolario se encampana en la exquisita arquitectura del Teatro Nacional.

El decreto del Poder Ejecutivo número 520 del 22 de febrero de 1913 establece que la banda presidencial deberá terciarse en el hombro derecho del presidente de la República y el Escudo Nacional emplazarse en la parte central del pecho. Antes de Abinader, 21 jefes de Estado se acomodaron, improcedentemente, el emblema del poder político, conforme verificación del Instituto Duartiano.

Similar que el citado símbolo patrio dispuesto apropiadamente, la nueva promesa invocatoria de este 16 de agosto en el Teatro Nacional se engalana, en la excepcionalidad, como otro hito. Parecería como si “las nubes rojas de la sala grande”, los arcos clásicos y sus lámparas colgantes; los jardines y áreas verdes, se quisiera cautivar el espíritu de los genios universales sobre el triunfo de la libertad y la destreza para gobernar; fomentar el respeto a la Constitución y las leyes adjetivas, cuyo quebranto péndula como la principal dolencia de la sociedad dominicana.

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El escenario ícono del Eduardo Brito, además de satisfacer el cupo para mil 400 invitados, también redimensiona la Plaza de la Cultura que homenajea, con su nombre, a Juan Pablo Duarte, padre del teatro dominicano. La pompa se ofrece como una ventana de rosas sin espinas, ambientado en los acordes de otra acústica, otra danza, otra ópera, otro ballet, otro concierto y otra biela en butacas que coartan el tradicional jolgorio, herencia exacerbada del fogoso radicalismo.

La concurrencia de los legisladores al Teatro Nacional puede ser un referente para cumplir el horario en el Congreso, una psicoterapéutica mole de mármol, caoba y yeso para bajar el riesgo cardíaco en la ventilación atmosférica de la deliciosa sinfonía que evocan las galas musicales más espectaculares, y una inspiración para promover nuevas leyes que fortalezcan la institucionalidad democrática, reduzcan los privilegios, las desigualdades y la impunidad.

La suntuosidad del Teatro Nacional agasaja e incita, en el rocío de las joyas arquitectónicas, para propiciar el cambio mental y la educación pedagógica en la cultura del acatamiento a las disposiciones legales, y facilitar el castigo judicial. Sin obediencia a las legislaciones, la colectividad seguirá desmoronándose, y el caos apoderándose de todas las comarcas.

Aguardemos que el eco silente de las voces de los tenores, barítonos y sopranos repercutan, con placidez, en esta gloriosa efeméride restauradora, para llenar de sabiduría y energía a los parlamentarios, y condimenten discursos avivados y relajados, oda sarcásticos y oda mesurados, en matrices de reformas para potenciar el cambio