POR: José Alejandro Ayuso
jayuso@equidad.org.do
Nosotros, los inmigrantes
Al escuchar un prejuiciado, revulsivo y estridente comentario radial contra la mayor comunidad de inmigrantes del país, le comenté al amigo que me acompañaba en el carro (quien nunca ha tenido la buena o la mala fortuna, porque depende, de tener que emigrar) que yo sí tuve la desdicha de sufrir como víctima esa calaña de críticas xenófobas, racistas y patrioteras a finales de los ochenta cuando fui estudiante becado en Francia.
Refrendo que durante mis casi cinco años de residencia en el país de la libertad, la igualdad y la fraternidad padecí esa “inmensa hostilidad hacia los inmigrantes” que denuncia con tanta insistencia como retintín nuestro laureado escritor residente en los Estados Unidos Junot Díaz. Pero debo admitir que en mi época de inmigrante y en Europa la situación era distinta en función de que el gobierno fuera de derecha o de izquierda, Norberto Bobbio obliga la distinción.
Por azar me tocó vivir en Francia durante la presidencia por 14 años de ese recordado líder y gran estadista que fue François Mitterrand. La ideología socialdemócrata imperante estaba impregnada de un fuerte “igualitarismo” que, también en solidaridad con los menos afortunados, propugnaba por otorgarles a los inmigrantes derechos básicos de ciudadanía y protección social.
No obstante, sucede que en esos años la presidencia socialista hubo de cohabitar con un gobierno conservador (de las peculiaridades del régimen parlamentario europeo) que no compartía doctrina y práctica políticas de trato humanitario, respetuoso de sus derechos como personas, a los inmigrantes.
Como extranjero formé parte de ese colectivo de gente de otras razas y culturas cuyo derecho a la diferencia y a participar del estado de bienestar defendía con inteligencia y ardor el valiente Harlem Désir, hoy eurodiputado socialista, y su emblemática ONG SOS Racisme, cuyo slogan “Touchpasà mon pote” (No toques a mi pana) se convirtió en el grito de guerra de nosotros, los inmigrantes en Francia, contra la discriminación y la intolerancia.
En el proceso de revisión y de renovación de la socialdemocracia clásica que se hizo luego de la caída del Muro de Berlín, condensado en 1998 como guía de acción política en el libro “La Tercera Vía” de Anthony Giddens, uno de los planteamientos tenía que ver con el nuevo rol de la nación en la era global y de integración regional tipo la Unión Europea.
La propuesta era pasar del nacionalismo xenófobo, culturalmente proteccionista e incompatible con los valores de igualdad y de justicia social de la izquierda, al nacionalismo cosmopolita que integra el pluralismo étnico y el multiculturalismo, bajo la premisa de ya las naciones no se construyen “desde el antagonismo hacia otros”, sino que “las identidades nacionales han de sostenerse en un entorno tolerante…”.
Sobre la inmigración, durante mucho tiempo suelo fértil para el racismo, la Tercera Vía afirmaba que estudios de todo el mundo demuestran que la misma “es normalmente ventajosa para el país anfitrión”, siempre que sea regulada. Por ende, ser una nación cosmopolita no es inconciliable con reafirmar una identidad nacional que no discrimine ni excluya a los inmigrantes.

