En las sociedades de libre albedrío económico, ninguna celebración queda exenta de mercantilismo, porque quiérase o no ese tipo de efeméride se convierte en pretexto mercadológico para impulsar el desenfreno consumista, que a su vez refleja crecimiento de la economía o expansión del crédito.
El Día del Amor y de la Amistad, que se conmemora hoy, sirve para impulsar las ventas de bienes y servicios, pero también puede ser una excelente ocasión para que los dominicanos pongan al descubierto su lado amable y expresen toda forma de solidaridad, cariño y respeto por su familia y relacionados.
Es un buen día para ejercitar afectos, admiración y comprensión hacia los demás, antídoto efectivo contra la expansiva epidemia del estrés y de la malquerencia que ha contagiado a más de medio país y ocasionado la cuantiosa pérdida de sonrisa y buen humor.
La ocasión es propicia para exhortar a los gobernantes a promover amor y amistad a través de saludables políticas públicas, respeto y garantía de los derechos ciudadanos, además de que los funcionarios no irriten ni desalienten a la población con decisiones absurdas o declaraciones insultantes.
A lo que se aspira es que esta celebración sirva para promover consenso y respeto entre las personas, familias, grupos políticos o sociales, vecindades y entre autoridades y ciudadanía, para que nunca más se reedite la fatídica historia aquella en la que Amor fue vencido por Interés.
Monitorear Haití
Al otro lado de la frontera se escenifican violentos disturbios con saldo de muertos, heridos y cuantiosos daños a propiedades públicas y privadas, durante más de una semana de manifestaciones en reclamo de la renuncia del presidente constitucional de Haití.
El Ministerio de Defensa de República Dominicana dice que ha reforzado la vigilancia militar en la frontera, pero aun así se requiere que el Gobierno monitoree con sumo cuidado todo lo que acontece en territorio del vecino, donde parece que la situación ya se sale de control.
La desgracia de Haití lo representa la indiferencia de la comunidad internacional ante el agravamiento de su drama político, económico y social, lo que se atribuye a que las grandes metrópolis centran hoy su atención en Venezuela, más que por salvar la democracia, por la reserva petrolera del Orinoco venezolano.