En su rol de funcionario público, conozco muy bien a Andrés Navarro García. Fue mi superior en el Programa de Reforma y Modernización del Estado, financiado con fondos de la Unión Europea y una contrapartida del Gobierno dominicano. Mi experiencia en ese sentido, me permite arriesgarme a vaticinar que, cual que sea la misión que se le asigne, hará todo lo necesario para que los resultados sean satisfactorios, con grandes posibilidades de alcanzarlo.
Es innegable que todo le resultaría más ligero de tener que involucrarse en una área compatible con su formación profesional, pero su nivel de responsabilidad, su sentido de la integridad y su absoluta dedicación a lo que le corresponde hacer en cada momento de su vida, garantiza que, aun sea administrando un hospital, sus logros van a superar por mucho sus fracasos.
La mayoría de los dominicanos estamos conscientes de la desvergüenza que constituye la diplomacia del país en estos momentos, con un personal no solo supernumerario, que supera el de las representaciones de países desarrollados, sino con una proporción muy baja desempeñando real y efectivamente un trabajo que justifique una remuneración. Los requerimientos de hoy en el campo de la política exterior dominicana, determinan que en ella prime la necesidad de organizar la casa por encima de trazar lineamientos específicos en el campo del papel del Estado en el ajedrez político internacional. Después de todo, ¿qué significa la República Dominicana, en términos prácticos, en los factores decisivos de los mecanismos determinantes de la interacción global en el mundo moderno? Esto no puede valorarse como una discriminación antojadiza de la nación, sino como una manifestación de realismo ante un hecho consumado que se nos impone por razones evidentes.
El reto de Andrés Navarro consiste en revertir la naturaleza de la representación dominicana en el exterior. Hacerla trascender de un amasijo de zánganos, con honrosas excepciones, exprimiendo al erario en moneda extranjera aunque consuman en pesos, a un equipo eficiente de captadores de oportunidades para beneficio de las arcas nacionales y del prestigio del país.
Ese concepto imprescindible es capaz de comprenderlo y de implementarlo el Canciller. El es arquitecto, y su experticia, lejos de resultarle innecesaria, le será de mucha utilidad. Después de todo, es de un revolucionario diseño de lo que estamos hablando. De la maqueta a partir de la cual habrá de edificarse el edificio que alojaría el nuevo servicio diplomático dominicano. Apuesto a él.