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Cambio de planes

Cambio de planes

Pedro P. Yermenos Forastieri

Todos la percibían como una pareja muy avenida. Razones no faltaban para ello. Desde aquel día internacional de la no violencia contra la mujer en que se conocieron, se inició una historia que parecía idílica. Dos familias felices con la relación por la comunidad de intereses que se apreciaba en los novios, quienes disfrutaban al máximo la magia que los envolvía.

Menos de tres años después se celebró la boda. Aquello fue todo un acontecimiento. Una ceremonia religiosa que más emotiva no pudo ser, donde a pocos les resultó posible contener el llanto ante los elocuentes testimonios de las inigualables perspectivas para el porvenir de dos jóvenes que, aparte de amarse con intensidad, les sobraba el talento y la capacidad de trabajo.

La fiesta fue muy concurrida, alegre e intensa. Tanto, que se extendió hasta altísimas horas de la madrugada, al punto de que, en el hotel donde pasarían la primera noche, llegaron a suponer que habrían cancelado.

Así de maravillosos fueron los acontecimientos durante más de quince años. Cuatro hijos sanos y muy inteligentes, con calificaciones excelentes en la escuela y destacados en actividades deportivas. En pocas palabras, la familia perfecta.
Se operaron cambios en las circunstancias laborales de él que determinaron que dejaran de trabajar juntos. Desde ahí, giros dramáticos estremecieron sus vidas.

Empezaron a tener nuevas experiencias en actividades inéditas para ellos. Estaban viviendo sucesos desconocidos que les mostraron que el mundo no terminaba en las fronteras de su mutua convivencia. Se sentían cómodos en escenarios no compartidos, algo impensable poco tiempo atrás.

Su estrenado trabajo implicaba trasladarse al extranjero, lo cual, agigantó la distancia cada vez mayor entre ellos. Los niveles de tolerancia recíproca disminuyeron; las discusiones eran cada vez más enconadas; los muchachos empezaron a sufrir consecuencias de una realidad no experimentada.

Viajaría a Suramérica por dos semanas. Al décimo día, su agenda estaba agotada. Decidió cambiar de planes. Supuso que dar a su esposa una sorpresa, ayudaría a avivar la llama que languidecía. Regresó. Al entrar a su casa, no solo no la encontró, sino que nadie supo decirle dónde estaba y no respondía el celular.

Un sentimiento abrumador le hizo sentir necesidad de acudir al apartamento de playa que habían adquirido. A velocidad excesiva llegó en 65 minutos. Nervioso, subió al cuarto piso, abrió con torpeza la puerta. Apenas alcanzó el tiempo para intentar, en vano, cubrir con la vergüenza, los cuerpos desnudos.