La conversión en ley ayer en menos de cinco minutos en la Cámara de Diputados del proyecto de Reforma Fiscal ha sido un imprudente acto de soberbia que aleja al Gobierno y al partido oficial de un prometido sendero de concertación política y social e impone unilateralmente una camisa de fuerza a la nación.
Una mayoría relativa de legisladores del Partido de la Liberación (PLD) liberó de trámites y lectura a la controvertida pieza para poder aprobarla de un solo malletazo, aún sin esclarecer si su aceptación requería de una mayoría calificada, como alega la bancada de la oposición.
Ese proceder extremadamente sectario reafirma el comportamiento excluyente que tuvo el Gobierno durante la discusión del contenido de ese paquete fiscal en la Comisión Económica y Social, a la que intempestivamente puso fin sin responder siquiera a la sugerencia de que redujera sustancialmente el gasto público.
La población ni la clase media en particular merecen que se le obligue a acarrear tan pesada carga tributaria, menos aun en la forma abrupta y desconsiderada como se ha hecho al aprobar ese estatuto en menos de lo que canta un gallo.
Lo que procedía, además de precisar monto y naturaleza del déficit fiscal, era auspiciar desde el Gobierno una intensa y extensa jornada dialogante que concluyera en el diseño y aprobación de un proyecto de reforma que reflejara una nueva filosofía de fiscalidad basada en verdadera armonía entre ingreso y gasto.
Con ese comportamiento, el Gobierno ha tirado por la borda la inapreciable oportunidad de sintonizar plenamente con la sociedad en la ingente tarea no sólo de recoger tan elevado déficit fiscal, sino de reencauzar los afanes desarrollistas por sendero de certidumbre, transparencia, justicia y equidad.
No existe la más mínima garantía de que ese trago amargo que la ciudadanía ha de ingerir tenga efecto del laxante económico a que aspiran las autoridades. Por el contrario, el temor es que su contenido altamente nocivo y sus efectos secundarios dañen aún más el deteriorado tejido productivo de la nación.
El Gobierno debería prepararse para recoger tan rápido como pueda las consecuencias del error que ha significado imponer como enema un paquetazo tributario cuya voraz vocación fiscalista pone en peligro a la endeble sostenibilidad económica y monetaria.

