El día doce del presente mes fue conmemorado por todo lo alto en un espectáculo memorable y excelente organizado por Radio Televisión Dominicana, el primer centenario del nacimiento de la extraordinaria artista Altagracia Casandra Damirón Santana, La Soberana Casandra Damirón.
El espectáculo, organizado meticulosamente pautado por el director de RTVD, Ramón Tejeda Read, con luminotecnia, sonido y escenario impecables, fue abarrotado por más de 400 admiradores de Casandra que nos dimos cita, incluido el autor de este trabajo, que conocí, traté muy de cerca, admiré y amé a La Soberana y a su notable esposo, compositor y pianista Luis Rivera González, en el Salón Papa Molina, presente en el homenaje, junto a su esposa, la gran artista y promotora de bailes folklóricos Josefina Miniño.
Las formidables vocalistas Maridalia Hernández, a quien la crítica farandulera identifica como la voz más nítida y potente de la canción popular de hoy, así como las excelentísimas voces de Milly Quezada y Adalgisa Pantaleón, interpretaron tres canciones cada una, del nutrido repertorio que La Soberana encantó y deleitó por más de medio siglo a amantes de su excepcional arte, dentro y fuera del escenario nacional.
La nota grata sorpresiva fue la presentación de Luis Armando Rivera, nieto de Casandra e hijo de José Eliseo Rivera Damirón, quien interpretó tres canciones del repertorio amplio que cantó con magistral interpretación su incomparable abuela.
El memorable acto de conmemoración del primer centenario de nacimiento de La Soberana fue amenizado por la Big Band de RTVD, compuesta por trece músicos, conducida de forma magistral por el talentoso joven músico Josean Jacobo, que se lució por todo lo alto por su excelente ejecución, azuzando las adrenalinas de las emociones colindantes al éxtasis, logrando atragantarlas en las gargantas.
Previo al inicio de desgranar las canciones vocalizadas por La Soberana, fue proyectado un video expositivo del decursar de la notable e irrepetible artista, seguido por emotivas palabras de reconocimiento a la homenajeada, pronunciadas por el veterano presentador y comunicador Ellis Pérez, seguido por un “chivo” de discurso, conforme expresó con gracia, leído por el director de RTV, Ramón Tejeda Read.
El Ballet Folklórico de la Escuela de Danzas de RTVD dirigido por Marianella Sallent, escenificó danzas ejecutadas por La Soberana, con admirable calidad impecable.
El universo artístico de Casandra Damirón no se circunscribió a vocalizar un nutrido repertorio de canciones y boleros, con la impresionante de gradación de los tonos bajos y altos con una simultaneidad cautivante que la delataban como una singular vocalista, sino por su protagónico rol de cultivar y propulsar el folklore, su más resonado blasón como impulsora y comadrona de los aires más señalados de nuestra música vernácula, que recoge las vivencias más sentidas y reiteradas de nuestras costumbres y modos de expresión, vademécum de nuestra historia como conglomerado social, enciclopedia de la identidad nacional.
Fue por esos andurriales cósmicos sonoros exponentes de nuestra cultura autóctona que Maridalia Hernández se pronunció con ¿En dónde estás?, Campanitas de cristal, ¿Por qué dudas? y La salve de monte adentro.
Adalgisa Pantaleón, honrando su potente voz vocalizó: Para que hablamos de amor, Reina y Con flores a María.
Milly Quezada con su contagiosa y vibrante explosión que atesora su innata simpatía desgranó Baila mi merengue, Mi cielo, Celosa y No me digas que no, todo el conjunto interpretativo compuesto por el maestro Luis Rivera González, esposo y gran secundador de La Soberana, que compuso el mayor tesoro de sus inspiraciones a su amada Dulcinea, perdón, a su amada Casandra.
Fue un show memorable e impecable de tributo a una artista irrepetible por sus méritos como vocalista y promotora del folklore, exponente de la idiosincrasia de un conglomerado social, que vibra al socaire del solfeo, y las vivencias ancestrales, que es la cofia del alma nacional.
Consciente de su misión de metresa del folklore, en repetidas tertulias en su hogar, me reiteraba: “Ubi Rivas, tenle miedo a eso que llaman pueblo, porque es el alma nacional”.
Cuando falleció el 5 de diciembre de 1983, la acompañé a su última morada física en el Cementerio de la Avenida Máximo Gómez, atronado con atabales, tamboras, güiras, un repertorio ensordecedor de palos y quejumbres siderales de inmortal diva, al momento histórico donde enterrábamos su cuerpo inerte, jamás su arte y memoria, que remontaba las escarpadas regiones de lo ignoto, para continuar deleitando a querubines, ángeles, arcángeles, y la corte celestial del director de orquesta salvas, mangulinas, carabinés, balsié y merengues, como ella pautó que fueran sus funerales, y escribí un artículo en Listín Diario, rememorando a la más grande del Universo.
¿Por qué mataron a Mandé, un hombre e tanto gusto?, revolotea en la memoria nacional con caracteres perennales.