Editorial

Ciérrenlo

Ciérrenlo

La nulidad declarada por el Tribunal Superior Electoral (TSE) a la convocatoria a juicio disciplinario contra el ex presidente Hipólito Mejía y otros dirigentes del Partido Revolucionario (PRD) no alcanza para extinguir el fuego de división interna que desde mucho antes de las elecciones del 20 de mayo devora a esa organización política.

Tampoco ayudó a sofocar la intensa humareda que asfixia al PRD aquella sentencia del Tribunal Constitucional que ratificó la legalidad de su equipo de dirección, porque parece que  el cáncer de la segmentación ha hecho metástasis en el tuétano de esa institución partidaria.

Ninguna de las muchas diligencias políticas o jurídicas que han encaminado instancias sociales o jurisdicciones contenciosas ha servido siquiera para  despertar un miligramo de conciencia sobre  la necesidad de preservar al PRD como un instrumento de la democracia y no como trampolín de excesivas ambiciones grupales y personales.

El Tribunal Electoral anuló la convocatoria a juicio disciplinario contra Mejía  al determinar que  esa citación no contenía  los cargos precisos que se imputaban a los procesados, en violación al debido proceso previsto en el artículo 69 de la Constitución de la República, decisión que sería acogida por el sector perredeísta que sigue el ingeniero Miguel Vargas Maldonado.

Desde su  fundación en 1939, la historia del PRD ha sido como la de un volcán con frecuentes erupciones, cuyas cenizas se expanden por todo el tejido social, sin que sus dirigentes alcancen a comprender el daño que sus  aspavientos divisionistas infringen a ese partido y al  endeble espacio democrático.

Tanta profundidad y expansión ha alcanzado esa  cultura divisionista en  el partido blanco que  episodios trágicos como el suicidio del presidente Antonio Guzmán y el agravamiento de la salud del doctor José Francisco Peña Gómez han sido atribuidos a  ese flagelo, igual que reveses electorales o fraccionamientos internos, como los que dieron origen  a los partidos  de la Liberación (PLD), Revolucionario Institucional (PRI) y Bloque Institucional Social Demócrata (BIS).

Tal parece que  los litigantes de hoy no serían convencidos de  cultivar  la unidad partidaria ni aun  conmovidos  por el propio Rey Salomón con su proverbial fórmula bíblica  de sacrificar la criatura para zanjar un diferendo por su posesión y disfrute.

Por todo lo antes expuesto, y porque las querellas divisionistas al interior del PRD irritan a la sociedad, se pide a los bandos  en pugna que  cierren definitivamente a ese partido y lancen un balde de agua helada sobre su jacho humeante, para que esos pleitos vergonzantes, ridículos y afrentosos  terminen hoy mismo.

 ¿Alguien podría hacerlo?

El Nacional

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