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Como cada Domingo

Como cada  Domingo

Cuando una madre se va

Quienes hemos perdido la madre, sabemos del dolor de esa partida. Nadie está preparado para ese momento, a pesar de que la conciencia sabe que es inevitable, que es un ciclo y que la guadaña de la muerte habrá de llegar indefectiblemente. Esta semana, he acompañado en su dolor a los hijos de Doña Idalia Suzaña Sánchez, en un trance de despedida final- Uno de sus hijos, William Galván, sociólogo, me hace llegar unas líneas sobre su madre y la significación que implica su deceso. Hoy las comparto con ustedes:

“A penas sabia de letras, pero Doña Idalia sabía manejar muchas otras cosas, como la relación con Dios. Ella combinaba los credos y cultos católicos con los evangélicos. Mi madre, se unió a mi padre, Amado Galván de León en 1944, año del Centenario. Procrearon 10 hijos.

Le sobrevivieron siete: Celeste, pastora de una iglesia evangélica en el Penal de La Victoria; Franco: Hilda, profesional de la Química y Farmacia, con ejercicio profesional en New Jersey; Héctor, Ex embajador plenipotenciario en Corea y Colombia y actual Embajador Adscrito; Amada , economista y educadora, premiada entre los mejores profesores de Estados Unidos en el 2006 y por la Fundación Brugal en 2007 ; Abel, ingeniero civil en el ejercicio de su profesión y un servidor.

Tuve la suerte de ser el primer nativo de la comarca y de la familia en graduarse de bachiller y profesional universitario, privilegios que me tocaron, gracias a mis padres y apoyo del inolvidable tío Máximo Galván. ¡Sencillas gentes de trabajo!
La historia de mi madre se sintetiza en dos ocupaciones: la crianza de niños y los quehaceres domésticos.
Fue un vivo ejemplo de madre sacrificada.

Mis recuerdos más vivos de ella eran al frente de una paila en una cocina, o detrás de un mostrador en una pulpería, o cosiendo alguna ropita. Pertenecía a una estirpe de gente que nacieron para trabajar. Quizás exageradamente trabajadora.
Era muy sociable.

Le gustaba compartir, visitar y que la visitaran. Era muy cuidadosa en el vestir.

Luchó mucho por su salud, primero con curanderos y brebajes, y luego con médicos y medicinas. Como era una optimista empedernida, tomo cursos de repostería y floristería. Y a principios de los 80 viajó a Cuba a chequearse de la vista. Allí le diagnosticaron y trataron una toxoplasmosis. Al inicio de los 90, emigró a Estados Unidos. Allí le operaron del corazón.
Sesentona, pero se lamentaba de que no pudo trabajar en factorías, dominar el inglés y aprender a manejar.

Doña Idalia preservó hasta el último aliento su mente clara. Ya a punto de partir clamaba: ¡sed! ¡ hambre! Realizaba fisioterapias y dictaba números telefónicos para que llamaran parientes.

Gracias a Dios por habernos dado la mejor madre, y por recibirla en Su reino. Gratitud infinita a mí querida y santa madre.

Descanso eterno a su alma”.