En una ocasión a Federico Falco le preguntaron sobre las narraciones realistas. Empezó a decir que su problema con estas tenía que ver con la cesura que se busca disimular a través de lo real. Dice que el lenguaje es una herramienta mellada.
Desde hace tiempo las preocupaciones que obsesionan a Falco abruman a otros artistas. Alejandra Pizarnik y Kafka solían referirse con frustración a las deficiencias del lenguaje. Pizarnik dice: “Si yo tuviera el lenguaje en mi poder escribiría día y noche”.
En la edición de los diarios que hizo Random House Mondadori, Alejandra cita cien veces la palabra lenguaje. Y en otras ocasiones expresa sus dudas mediante referencias o sinonimias. En cada entrada manifiesta la duda de querer decir lo que percibe o sucede sin poder hacerlo.
Federico Falco habla de la misma carencia de efectividad del lenguaje para contar lo real. Nazario Báez, el escritor dominicano, suele referirse a los versos de Mario Trejo: “La palabra lobo no muerde, el que muerde es el lobo”.
Tanto Falco como Pizarnik o Trejo vienen a decir lo mismo. Mientras se escribe el presente, la realidad avanza a mayor velocidad que las palabras, sean en tinta, braille o bits.
En Ada, el cuento de Federico Falco, publicado en “222 patitos y otros cuentos”, por la editorial Eterna, la cadencia del personaje expresa esta imposibilidad.
El enamorado que conoció durante unas vacaciones le escribe cartas describiéndole la vida en general de Cabrera, un pueblecito de Córdoba. Ada aprende a enamorarse del bar, la plaza y las callejas escritas.
Ella misma dice al llegar del brazo del enamorado que el pueblo era como lo describía su nuevo marido. Pero a sus ojos aquel poblado era feo, carecía de encanto; guardaba poca o ninguna semejanza con el general Cabrera de las epístolas amorosas.
Josefina Ludmer fue más condescendiente con la posibilidad de contar lo real. Le cargó la responsabilidad al lector o espectador. En el volumen de sus clases de teoría literaria lo insinúa al plantearlo en modos de interpretación: “Todo eso que yo leo tiene el sentido siguiente: es un reflejo o una representación de la violencia o de las relaciones sociales en este momento determinado.
Le di una interpretación, leí algo material pero también estoy leyendo sentidos, significados. Puedo atribuir sentido y puedo no hacerlo. Puedo decir: Leo un corpus, tal objeto, tal material, pero me abstengo de atribuirle sentido”.
Ludmer, en referencia a las preocupaciones de Falco plantea la perspectiva del lector. En sus clases de teoría literaria dio por sentado que la literatura partía de una distancia entre el contenido de la obra y el tiempo que contaba. Con esta salida, la función interpretativa recae sobre el otro.
Justamente a la distancia del otro se refirieron los formalistas al hablar de “ostranénie”. El extrañamiento, aproximarse a los hechos desde una experiencia extracorpórea permite al artista mirar desde afuera.
Cuando Joaquín Castillo en “De todo lo que pasa en mi calle” interpreta las acciones de transeúntes y vecinas, les roba la facultad de ser al hacerles arte, las figuras trascendieron a ideas bajo un caleidoscopio articulado en el diálogo entre el creador y el lector.
Una novela sobre la pandemia, narrada bajo el rigor periodístico nunca será realista.
Por lento que pase el presente, el lenguaje lo es más, solo que con una propiedad elástica y autopoyética. Es decir, el pueblo escrito se expande en todas las dimensiones que le permitan el lector y el espacio que le contiene, con la carga de referencias que le trajeron a ese punto en concreto.
Pero es autopoyético, en tanto que se alimenta de sí mismo una vez creado para generar nuevos universos y dimensiones de la mano del lector. Toda la carencia del lenguaje para retratar la realidad objetiva la suplen quienes asisten a su encuentro con las perspectivas que poseen. Por eso cada lectura es nueva.
El comportamiento de las creaciones literarias, haya o no un lenguaje eficiente, tiene mucho del panta rei. Ni el río pasa dos veces por el mismo sitio, ni el poema, cuento o novela es nunca el mismo al leerlo.
Esta es la razón, o una de ellas, por la que contar el presente es imposible. Pero se puede seguir su embrión de pasado.
Nota: Ver a Maturana y Varela para profundizar en la autopoyesis.
El autor es comunicador y escritor.
Por: Belié Beltrán