Articulistas Opinión

Convergencia

Convergencia

Efraim Castillo

Rostro del estafador

Conoces el rostro del estafador? Te lo advierto, no busques en él bondad, sinceridad, asomo de amistad. No escudriñes en su alma alguna relación de afecto. Su rostro es un chiquero enlodado, levantado entre la bruma; pulido de púas y viejas maquinaciones almacenadas, y siempre camuflado por el maquillaje de la hipocresía. Su rostro es una máscara anochecida donde se esconden bullicios y bataholas; es un rostro quebrado por la sombra de la intriga, abrumado por las huellas de sus trampas.

El rostro del estafador no está lejos de ti. Está ahí, en las huellas del día, contiguo a cada espasmo ritual y te acecha junto al galope frenético de la última sonrisa, esa que se estaciona como una lumbre en el viento circular.

Cuídate del rostro ebrio del estafador. Tiende siempre sus manos como un desdoble de tiempo abierto al futuro; como un viejo sillón invitándote a sentar. ¡Cuidado!, que te rodea con el timo de su verbo embaucador, o como aquel cocodrilo que vierte lágrimas de hiel. ¡Cuidado!, que puedes caer, como cayó Duarte, en la vil celada de la traición y el destierro. ¡Cuidado!, que pueden encerrar tus sueños en la inmunda pesadilla del desengaño, tal como le aconteció a Juan Bosch, que creyó construir un partido basado en el honor y el servicio, y al ceder por vejez la dirección del mismo, devino en un antro delincuencial.

Pero, en verdad, ¿deseas conocer el rostro del estafador? ¿Deseas penetrar en la inmundicia de su mirada, sentir el agrio aroma de su aliento, el rictus maligno de sus labios al sonreír? ¿Quieres conocer el corrompido surco, ese cauce de malignidad que ha llenado de engaños y villanías las páginas de nuestra historia? Si en verdad lo deseas, asómate al espejo, mírate a los ojos, esgrime la oración del alba, entrecruza figuras sin remembranzas y escucharás el eco de la semejanza, la madeja parsimoniosa de las imitaciones, el silencio de las viejas cartillas pestilentes.

Y entre los cristales azogados emergerá su semblante contemplándote a ti como su ego. Entonces, verás un crepúsculo tardío, un presentido tono de llantos inconclusos; verás el retorno agónico de repetidos llantos y apreciarás los fraudes y maldades del estafador. Por eso, huye de él. No caigas en sus celadas como caen los gobernantes ingenuos. Adelanta cada molécula de tu carne y soporta los demonios de la tentación. Esfúmate de las bocanadas de mentiras que brotan de su boca, aprisiónate en tus propios brazos y sueña con tus anhelos recónditos.

Pero no grites nada. Las voces, los cantos, aún los débiles murmullos, sólo servirán para alentar de argucias las cantatas irreverentes, los plagios esgrimidos en los primeros júbilos, y ya nada quedará para reponer las memorias. Sólo los horribles antifaces del miedo resurgirán entre las simulaciones asentadas en llantos, y el yo y el tú y el otro se adentrarán en el nosotros para completar la farsa que auspiciará los retornos. Porque el estafador siempre retorna como las pesadillas.