Opinión

Convergencia

Convergencia

El copy-paste3 de 3

 

En el copy-paste no se salva nada: ni sentimientos eufóricos, ni entorno, ni relaciones de producción, ni mucho menos las conductas sociales que saltan y yuxtaponen la supericonicidad brindada por el ciberespacio, sin tomar en cuenta que lo imitado —a la larga— pierde valor social en la vorágine de la totalidad. Esta conducta corresponde a una falta de conciencia o comprensión sobre el valor de las categorías sociales, que sólo pueden ser reproducidas y retornadas como objetos culturales por individuos que han alcanzado una clara visión de su papel en el tejido social.

Y respecto a su implicación ética, el jinete del copy-paste no considera su acción como un delito, sino como un derecho que le otorga la globalización, ese imaginario planetario en donde —según su conducta— la violación de la propiedad intelectual está permitida y le da derecho a convertirse en dueño del verbo para accionar el hurto, el “copypeistear”.

De ahí, a que la creatividad se convierte en traspoladora, como enuncia Umberto Eco: “Nos hallamos frente a una contraposición entre método a priori y método a posteriori, capaz de llevarnos a dos mundos opuestos y heterogéneos siempre que no se tenga presente el tema fundamental del análisis: el examen de ese especial fenómeno de comunicación que es el organismo artístico” (Eco: La definición del arte, 1968).

La diferencia existente entre la creación como sustancia básica y la creación como fenómeno estético, se apoya en un para qué se crean una cosa y la otra. La producción para el sustento —que se convierte en auto-reproducción— consume un tiempo al que el hombre por razones históricas llamó trabajo.

Sin embargo, para el auto-goce, el ocio, o lo que Marx llamó “tiempo para actividades superiores”, comprende lo que Leroi-Gourhan define como “modificación en el registro de valores” (Le Geste et la Parole, 1964).

El hombre sigue lo biológico en la auto-reproducción, pero se autonomiza de ella en el auto-goce, como fue la liberación del cerebro anterior. Esto, Kant lo sintetiza admirablemente: “En el acto de conocer, el sujeto pone en juego categorías que hacen que el sujeto se enfrente, no a las cosas en sí, sino al amasijo que implican estas cosas en sí construidas” (Kant: Crítica de la razón práctica, 1778).

Aristóteles no concibe el arte sin el recorrido de los avatares de la existencia (Estética). De ahí, que toda creación —como fenómeno estético— debe penetrar el córtex y producir un goce, la liberación de las fuerzas ocultas que estructuran el bien, el mal, el amor, el odio, la pena y la soberbia. La creación constituye un pattern, una lateralidad que camina hacia la reconciliación entre lo útil y lo aparentemente inútil, no un vulgar plagio.

La creación debe trascender lo epocal, devolvernos los estadios y tormentas de lo total, yendo más allá de los encaprichamientos sociales y los apetitos de la acumulación. Tal como lo hicieron los hombres del paleolítico superior en Cromagnon y sus aventajados estetas de Lascaux y Altamira.

El Nacional

La Voz de Todos