Silvano: El arte total (2)
En los momentos de nostalgias y llanto, recuerdo cuando los días en que el muro de Berlín se vino abajo, Silvano Lora, Pedro Mir y yo, ocupando asientos en el espacio principal del atelier de Silvano en la avenida Pasteur —que también servía para los encuentros de cada jueves con sus amigos—, nos planteábamos apasionadamente el futuro, no de la cultura, sino de las culturas; es decir, de los componentes artificiales que moldean la totalidad de las producciones sociales, las que (a la larga) impregnan a las naciones de su singularidad, de esa cualidad que evadiendo lo que numérica o cuantitativamente no responde a la especificidad local y crea la diferencia entre los pueblos y naciones; eso que Heidegger, sabiamente, expuso «como el valor de un ser —su poder— y que puede medirse por su capacidad de recrearse» (Identität und Differenz, Neske, Pfullingen, 1957).
Para Lora, el collage alcanzó posibilidades infinitas, constituyéndose en un punctum (Barthes) de denuncia y separó de su producción lo que escudriñaban otros artistas con su representación: la simple búsqueda de anexar realidad objetual a la obra o, posiblemente, la impregnación en ésta de elementos extra-pictóricos para posibilitar un efecto. De ahí, entonces, que para arribar a la importancia del collage —y más tarde de los ensamblajes—, Silvano Lora tuvo que descubrir (finalizando el decenio de los cincuenta, cuando contaba con veintitrés años de edad) la utilidad, no sólo estética, sino histórica, de su manufactura.
Durante toda su vida como productor mimético, Silvano Lora catapultó su entusiasmo hacia una frontera divisoria donde la humanidad separa pasado y futuro; donde el viejo hombre cede el paso al nuevo y estallan las luces de un gozo repartido, amplio, gregario, espléndido. Y fue ese entusiasmo el que le llevó a explorar el uso de múltiples materias pictóricas y escultóricas (tinta, sanguina, acuarela, superposiciones matéricas, óleo, cera, madera, acrílica, plástico, metales y desperdicios inimaginables); al igual que diversos instrumentos para su producción, los que —como una constante, como una maravillosa tormenta, como un pertinaz leitmotiv— lo impulsaron con maravillosos bríos a evolucionar en la interpretación del arte.
Se podría juzgar si el contenido estético de la producción de Silvano fue conseguido, o si los presupuestos se lograron. Porque, ¿cómo separar al productor cultural de sus tendencias y confrontaciones en un mundo que luchaba (y aún lucha) por encontrar los anhelados caminos perdidos? Para la interpretación de la historia, Silvano Lora, como productor mimético, conoció los procesos cognoscitivos y sus estructuras, así como los intercambios referenciales y los viejos y nuevos procesos, a fin de lograr que las correspondencias específicas de su obra se materializaran en un arte total; razón por lo cual explicitó su construcción atendiendo al reclamo del tejido social y proyectándolo hacia lo verdaderamente trascendente, no como una especulación metafísica (aunque el estudioso de su obra podría hacer un alto en este escalón), sino como una búsqueda a priori de lo que devendría en el discurso histórico.