Opinión

CRÓNICA DEL PRESENTE

CRÓNICA DEL PRESENTE

“Por el camino del naufragio”, que es el título que hemos puesto a esta serie de columnas de “Crónica del Presente”, lo hicimos porque un reducido y distinguido grupo de amigos, melómanos, que van, en términos de edad, a la que tiene el autor me pidieron que escribiera sobre estos temas que, realmente, están íntimamente ligados a la historia de la música y de los músicos de nuestro país en la etapa contemporánea. Nadie todavía ha podido decir con claridad qué significa escribir o hablar de “historia contemporánea”, pero siempre hemos imaginado que ese proceso está íntimamente ligado en un periodo de tiempo que abarca de 80 a 100 años, y que corresponde a lo que recordamos desde la niñez hasta el momento en que el registro de nuestra memoria comienza a apagarse.

Por eso hemos reiterado que esa etapa de nuestra vida en la ciudad de El Seibo, comunidad en la cual cumplimos siete años, dejó en nuestra vida huellas profundas que trazaron, o señalaron, los matices más importantes de nuestra personalidad en la etapa posterior de nuestra adolescencia y de la vida de adulto. Comenzamos a dar clases de música, bajo la dirección de Julio Gautreaux, acompañado de su hijo Bonaparte, que tenía un año menos que el autor de esta columna y que después sería un personaje de importancia en la vida política y en el ejercicio de la profesión de escritor y periodista. Cabito y el autor recibían las clases de solfeo de don Julio Gautreaux en las primeras horas de la tarde, luego de asistir a la escuela pública primaria y almorzar.

Un año después, cuando nuestro padre fue trasladado a la ciudad capital y nombrado Capitán Jefe Instructor del Ejército dominicano y comandante de las 25 Compañía de Armas auxiliares e instructor del Pelotón de Cadetes, habíamos finalizado, prácticamente, el primer método de Hilarión Eslava. Pero algo muy importante fue que quedaba en el recuerdo de nuestra memoria el sonido de aquella banda de música pequeña dirigida por Julio Gautreaux que en la retreta que tocaba los domingos en el parque central de El Seibo, en la que interpretaba una variedad extraordinaria de música, entre las cuales, además de las marchas militares, como las mexicanas “Bodas de Oro” y “Zacatecas”, así como “Coronel Trujillo” de José Dolores Cerón y “Cambronal” de Pancho García. A ellas se sumaban las marchas de John Philip Sousa, el gran músico estadounidense; los valses de Strauss, padre e hijo; y música ligera escrita por los grandes compositores de Europa para bandas militares de música.

En El Seibo escuchamos en varias ocasiones “Sobre las Olas”, el hermoso vals de Juventino Rosas, el compositor mexicano que asombró al mundo con una pieza tan original y hermosa, que ha competido con la música de los Strauss  a lo largo y ancho de todo el mundo. En aquel momento el pueblo dominicano comenzaba a llegar a la cúspide de la expresión de su talento musical e interpretativo. Y estamos hablando de la década que se había iniciado en 1940.

El Nacional

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