POR: José Díaz
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Abril agridulce
A Salvador Mejía Inoa
Cumplí lo prometido. El Viernes Santo estuve a las 10 de la mañana conversando con un muerto. En el cementerio de La Jaiba, de La Isabela, le brindé a don Salvador mis respetos y le comenté de mi admiración por su ejemplo de vida y aproveché para contarle que extrañé por siempre las interesantes charlas que por horas sosteníamos en la enramada. Paz a sus restos.
En esos momentos ya este Abril me había deparado dos muertes que son mías y de todos. Gabriel García Márquez se nos fue de este plano dejándonos su ejemplo de vida buena y sus fantásticas obras, entre ellas esa joya que es un bien de la humanidad “Cien años de soledad” que volveré a leer por sexta ocasión, esta vez en una edición que me regalara un colombiano de Risaralda y que quiero copiar el inicio:
“Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevo a conocer el hielo… El mundo era tan reciente, que muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo…”, y el final: “…pues estaba previsto que la ciudad de los espejos (o lo espejismos) sería arrasada por el viento y desterrada de la memoria de los hombres en el instante en que Aureliano Babilonia acabara de descifrar los pergaminos, y que todo lo escrito en ellos era irrepetible desde siempre y para siempre, porque las estirpes condenadas a cien años de soledad no tenían una segunda oportunidad sobre la tierra”. El Gabo, que además tuvo chance para escribir bellezas como “El otoño del patriarca”, “El Amor en los Tiempos del Cólera” y decenas de cuentos fantásticos cuya técnica le ayudó a crear Juan Bosch.
La otra muerte es la de Sonia Silvestre que supo ser siempre ella y que hoy, 24 de Abril, con toda su carga simbólica la recordamos por su compromiso perenne con las mejores causas. ¡Vayan bien!

