Editorial

 Defensor

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Amnistía Internacional se suma al coro de voces  que reclama del Congreso dominicano nombrar al Defensor del Pueblo,   figura que   la vanidad local insertó en la Constitución de 2010, como si  fuese  cirugía   estética o plástica,  cuando de lo que se trata es de  una macrocefalia burocrática, sin ningún valor práctico.

Clase política, mentada sociedad civil y una peña académica afrancesada o con tinte anglosajón, convencieron al constituyente de otorgar  categoría  sustantiva  a una institución que  en América Latina no ha  hecho ninguna  contribución importante al fortalecimiento del estado de derecho ni a la consolidación de la democracia política.

El ordenamiento  jurídico dominicano no requiere  habilitar ahora  un complejo tejido burocrático que  encarece la nómina pública convertida hoy en presa que se  disputan  fieras clientelares, porque  esa institución denominada Defensor del Pueblo no es más que una cantera de  puestos y cargos, cuyas funciones  están a cargo del Ministerio Público.

Durante los últimos años, República Dominicana ha sido convertida en laboratorio donde se pone a prueba  todas y cada una de las aventuras jurídicas, políticas o para replicar instituciones  que sólo  se corresponden con milenarias culturas o regímenes constitucionales, sin que  se tome en cuenta los efectos  secundarios que  tales aventuras causan en el tejido social de la nación.

El Defensor del Pueblo ha salido de ese laboratorio de insumos foráneos, cuyos mentores consideran que  el ensamblaje institucional puede ser puesto de mojiganga cada vez que  un vendutero foráneo toca  puertas de los que muchos creen todavía es una República bananera.

En vez de crear figuras  estrambóticas sin posibilidad de  insertarse  en la tradición jurídica nacional, esas claques  dirigentes deberían   dedicar  mayores esfuerzos al  fortalecimiento de instituciones tradicionales como el Ministerio Público, servicio judicial, Policía y otras defensoras de los intereses de los ciudadanos, como Pro Consumidor.

No se niega que  el Congreso está compelido a  nombrar  al mentado Defensor del Pueblo y a todos sus defensores adjuntos, que dispondrán de elevados salarios y privilegios, que obviamente pagarán los contribuyentes, pero se insiste en que  ese engendro insertado en la Constitución es producto de una acción concertada de comparonería jurídica, ridículo extranjerismo y complicidad partidaria.

El Primer Mundo dispone  todavía de centenares de  instituciones, las cuales pueden ser calcadas por una clase política y académica  carente de originalidad y con el  natural concurso de gendarmes como Amnistía Internacional.

El Nacional

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