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Debido al estancamiento en la educación literaria primaria, los estudiantes que no desertan de la escolaridad y alcanzan grados universitarios, nunca llegan a conocer a los nuevos escritores del país, exceptuando a los que las casas editoriales utilizan como “producto editorial”.
2) La falta de bibliotecas escolares, las cuales corren el riesgo de ser olvidadas por las implantaciones de “bibliotecas o librerías virtuales”; lo que daría un golpe mortal al hábito de leer libros impresos sobre papel, violentando esa estructura cultural multidimensional que McLuhan conceptualizó en “The Gutenberg Galaxy” (1962).
3) La carencia de editoriales que sepan mercadear y publicitar, no sólo libros, sino la propia lectura. Hace un poco más de cien años, cuando no existía ni cine, ni televisión, ni radiofonía, los diarios y revistas se encargaban de promocionar la literatura de ficción a través de publicaciones seriadas; tal como acontece hoy con las telenovelas y series.
Esas publicaciones se promocionaban y vendían a través de afiches y quioscos. Ahora que las autoridades del Ministerio de Cultura han comenzado a publicar libros de los nuevos autores nacionales, se precisa de una profunda estrategia publicitaria para que esos textos lleguen a donde tienen que llegar -tanto aquí como en el exterior-, utilizando nuestras embajadas y consulados, los cuales cuentan, casi siempre, con una empleomanía supernumeraria.
4) El primitivismo editorial es otra de las retrancas del reconocimiento literario nacional en el exterior. Por ejemplo, ¿por qué se ha destacado Julia Álvarez internacionalmente y no Ángela Hernández o Emilia Pereyra, que son tan buenas narradoras como la dominico-norteamericana? O, ¿por qué Marcio Veloz Maggiolo o Doy Gautier, Roberto Marcallé Abreu u otros, que escriben con más ritmo y profundidad que Junot Díaz, no figuran en algunas enciclopedias mundiales donde se destaca el dominico-norteamericano? La razón no hay que buscarla muy lejos: el primitivismo editorial que nos retrasa, anexado al afán individual de muchos escritores de desear brillar sobre otros, dándole valía a la “estrategia del serrucho”, la cual acecha a cada paso.
5) Se podría argumentar que nuestra literatura no reúne suficiente calidad para ser exportada y eso es falso. He sido lector de ficción desde mi niñez y tanto en la fabulación como en la historicidad, la narrativa del país ronda una calificación de excelencia; y esto sin contar el país con casas editoriales donde los textos son sometidos a rigurosos y severos procesos correctivos.
6) No comparto la opinión de algunos, de que los temas enfocados en la nueva literatura nacional son repetitivos por apoyarse -regularmente- en conflictos vinculados al trujillato o a la revolución de abril, impidiéndole su aceptación internacional. Los que así opinan deberían saber que el tema de Trujillo le dio un Nóbel a Vargas Llosa.
Creo, José, que estos son algunos de los factores de nuestro rezago editorial y del lastimoso desconocimiento internacional de nuestra literatura; lo cual, entre otras sospechas, puede llevarnos a ese concepto que, sin pretextos, has llamado “falta de fe literaria”.