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El lado bueno: Maquillando la vida

El lado bueno: Maquillando la vida

Miguelina Terrero

Así, como si fueran escenas de la recordada película “La vida es bella” en la que Guido construye un mundo de fantasías para que su hijo no sienta ni viva los terrores de guerra que los rodeaba; Raquel, una de las mujeres más optimistas que he conocido, hizo a su manera un entorno feliz para sus tres hijos.

Y es que eran tres pequeñitos de 5,7 y 12, cuando una mañana, viviendo en la peor de las miserias, viuda reciente, y en un peligroso barrio porque no podía pagar nada más; de repente unos toques fuertes parecían derrumbar su puerta y era el dueño de su casa, pidiéndole que se mudara porque ya debía dos meses.

 Se levantaron los cuatro de la cama espantados con el ruido y al llegar a la puerta y escuchar los gritos e indecencias de su casero, ella, sin inmutarse, le cerró la puerta en la cara, reunió a sus hijos y les dijo: “vayan a la cama y no hagan ruido, ese señor se confundió de puerta y voy a salir a aclararle y le pelearé por despertarnos tan temprano. Por más bulla que escuchen no salgan”. Sus niños fueron tranquilos a la cama, mientras ella salió a rogarle al dueño de su casa que le diera unos días para conseguir el dinero pendiente.

Fueron muchas las veces que a la hora de la comida, solo compraba tres huevos y tres panes, los freía y tomaba su tiempo en ponerle ojos, boca y nariz dibujadas con cachup, para adornar más la mesa, pero en su espacio no ponía nada porque no había  ni más huevos, ni más panes. Cuando los niños preguntaban les decía que estaba llena, mientras los ruidos de su estómago la dejaban en evidencia.

Una vez, ya cansada de pasar miserias, decidió mudarse de nuevo a casa de su padre, donde vivió de soltera, aún en medio del disgusto de él, que prefería vivir una vida desordenada y sólo. Pues al llegar al umbral de la casa con los niños, la cara del abuelo fue tan molesta, que les tuvo que decir que él se puso bravo, porque no lo saludaron bien. Aún así, entro y ocupó una de las habitaciones.

La miseria, los descuidos y la mala calidad de vida, le provocaron una enfermedad grave, en la que muchas veces iba al hospital mientras sus hijos la esperaban en el pasillo, tranquilos y seguros de que era solo una gripe y de que su madre se curaría. Ya eran más grandecitos, cuando entendieron que ella no se recuperaría; y años después murió, dejándoles los mejores ejemplos del sacrificio de una madre por darles la anhelada felicidad.