Editorial

El modelo

El modelo

El debate referente al modelo económico ha vuelto sobre el tapete. Mientras funcionarios como el ministro de Economía sostienen que ha fracasado y lo responsabilizan de las inequidades sociales, otros atribuyen a su aplicación la razón por la cual todavía a estas alturas no se han satisfecho necesidades básicas de la población.

Pese al apoteósico crecimiento de que se ha dado cuenta del Producto Interno Bruto (PIB), incluso en las condiciones más adversas, es contradictorio, como han observado algunos especialistas, que la presión tributaria nominal no lo haya hecho al mismo ritmo, en tanto se han incrementado los niveles de pobreza.

La verdad es que no hay ninguna garantía de que la reformulación del modelo implique, conforme a la teoría del ministro Temístocles Montás, que el crecimiento de que tanto se han ufanado las actuales autoridades se transforme en desarrollo. Ni es automático ni existe correspondencia entre una cosa y la otra. 

Si las estadísticas no mienten, gracias al actual sistema República Dominicana ha tenido un crecimiento sistemático, que supera el promedio en América Latina. Si grandes problemas sociales no han podido enfrentarse ha sido, más que por el modelo económico, por la política con que las autoridades han administrado los recursos.

Para mejorar la calidad del gasto no se necesita una reforma. Basta con eliminar el dispendio que suponen el clientelismo que desborda la nómina y algunas prácticas administrativas que contrastan con la racionalidad y la transparencia.

Y si lo que se pretende es justificar una nueva reforma tributaria, porque se considera muy baja la presión de un 13% en que la sitúan las autoridades con relación al gasto, que según Montás es un 16 del PIB, se debe hablar con claridad y sin rodeo.

Quienes defienden el actual modelo, aún con todas sus imperfecciones y necesidad de ajuste, atribuyen a las distorsiones y al gasto público altamente cuestionado los altos niveles de pobreza y el retroceso en sectores como educación, salud, competitividad, seguridad y transparencia.

La parte atractiva del proyecto sería devolver a los productores de bienes y servicios el papel protagónico de la economía, habida cuenta de que las telecomunicaciones, el comercio y las transacciones financieras no han generado las divisas que se requieren para acometer inversiones y afrontar compromisos.

Pero bien vistas las cosas no parece que sea por culpa de ningún modelo, sino de su aplicación, que el país no pueda exhibir un desarrollo económico y social a tono con el crecimiento del PIB.

Cierto que lo sensato sería un sistema que armonice las inversiones capaces de dinamizar la economía y satisfacer las necesidades de la población con la racionalidad del gasto. El Gobierno ha podido implementarlo, pero en su lugar se ha decantado por cuestionarlo al plantear una reformulación.

¿Si el modelo ha sido bueno para crecer, por qué no lo ha sido para impulsar el desarrollo? Es posible que con el retroceso que se ha denunciado en sectores claves se haya sentido la necesidad de convertirlo en chivo expiatorio. ¿O no es verdad tanta belleza?

El Nacional

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