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El que falsificó la firma de Dios

El que falsificó  la  firma de Dios

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El autor de “Los que falsificaron la firma de Dios”, Viriato Sención, quien por un golpe de suerte y de talento, pasó del anonimato a la estridencia literaria, amaba la perfección, se deleitaba cuando sentía que había escrito el párrafo cercano a ella. Sención no desmayaba en esa tarea; se metía en la música de las oraciones, odiaba los ripios escriturales.

Era un estudioso ferviente de Jorge Luis Borges y su matemática sintaxis. No he conocido en el país un articulista o un escritor que tenga tanta conciencia sobre esto y que reflexione con tal devoción sobre el oficio y el misterio de la escritura.

Escribía un artículo y establecía en su organigrama mental que fuese una especie de sinfonía. Cada nota debía estar en su punto. En su primera novela, algo extraño en un imberbe de las letras, asoma parte de esa rigurosidad.

La novela “Los que falsificaron la firma de Dios” generó resquemor, como ninguna otra, una sorprendente urticaria en la piel de los lobeznos políticos. Desde los predios más oscuros el más feroz vinchismo pidió fuete, cárcel.

Se había ofendido la figura presidencial, y en un país donde aún arden los resabios trujillistas, a Sención no le podía tocar menos. Lo peor del lacayismo y la satrapía había salido a flote. El monstruo había mostrado sus afiladas uñas.

El doctor Balaguer, reconociéndose como personaje (doctor Ramos), exigió respeto para su familia, y el hombre frío e impertérrito que fue siempre, dio un puñetazo públicamente al ser abordado por la prensa. La novela “Los que falsificaron la firma de Dios” lo había sacado de sus intrincados y crípticos cabales, había removido la flema inglesa en el caudillo.

La obra ganó el premio nacional oficial. Se le negó. Hubo quienes le pidieron a Viriato que huyera por la frontera por temor a que le ocurriera algo.

Este sin embargo, se quedó y enfrentó la ira de Balaguer y a sus adláteres. La novela, adquirió principalía, -tenía méritos y garras-, y además catapultó a Sención como el escritor del género ese que pone a promocionar su propia novela al personaje que en ella castiga.

(Género similar al que plantea Juan José Arreola “de los que piden a la víctima el dinero que hace falta para comprar el arma del crimen”.
En eso le ganó al caudillo la partida: lo usó como promotor y también como personaje. Cuando “Elito” reaccionó, las ventas se dispararon.

“Los que falsificaron la firma de Dios” se vendió como pan caliente en las calles, los canillitas se lo disputaban, se vendía entre revistas de farándula y periódicos. El libro voló lejos, se constituyó en un “best seller” como nunca lo había hecho un texto literario en esta bananera República.

Como obra de arte, la novela pasó la prueba. Mansos y cimarrones concordaron que estaba bien escrita, que el susodicho escritor había novelado estupendamente. La desavenencia se daba en que si era o no “lícito” poder novelar sobre alguien vivo o conocido. Hay quien se opone a esto, o hay a quien la novela histórica le causa repulsión o no le hace cosquillas. Hasta en lo biográfico la ficción se cuela. Cree este lego.

La novela hizo soñar. El novelista potencializó que los lectores, machos y hembras, quisieran seguir el hilo. En ese aspecto cumplió el cometido. El tiempo demostraría que pasaría la barrera del gusto y la ola de la efervescencia. Recientemente el poeta Johnny Durán me contó que la estaba leyendo y que le gustaba. Buen síntoma, sin duda.

Ganados en buena lid, honor y fama, Viriato disfrutó a lo grande y se retiró a su guarida neoyorquina. Es cierto, se lo disputaban millonarios y miserables para compartir con él. Anónimos y famosos querían ser contertulio de quien osó retar al caudillo de amplio espectro y ridiculizarle, y salir ileso en la empresa. Ah, ese Viriato. Luego escribió “Los cuentos de la Enana Celania”, texto que no tuvo impacto.

Pero a Viriato había un gusanillo que le picaba siempre. El de la política, y en esos predios se embarcó a raíz de una visita que le hiciera el ex presidente Hipólito Mejía a su casa. Esa será harina para el pan de la otra entrega…

Eloy Alberto Tejera es periodista y escritor.

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