Opinión convergencia

Esta exclusión

Esta exclusión

Efraim Castillo

Estaré excluido siempre? ¿Agrietado como un surco sin arar? ¿Extraviado en esta penumbra hosca y arrojado como un montón de estiércol, como un vestigio danzando al hastío por esos caminos de cruces hirientes, de aguas vertidas entre oscuras cañadas donde los signos se quiebran y aplastan, deteniendo los obligados retornos a la plataforma que funda la vida? Esta exclusión, este exilio constante en mi propio suelo, este apartheid bestial y nauseabundo, persistente y ominoso, ¿no podría establecerse como un flujo, como el lanzamiento de una jabalina hacia el infinito, allí donde convergen los sueños, las mentiras y diatribas junto al espejo que refleja el destino? Es un silencio, no más, la comprensión de que la soledad y el júbilo cierran mis manos y labios al rompecabezas mayor.

Esta es una exclusión donde participantes y participados -aferrándose a tiempos soñados- trucan su presencia para permanecer impasibles. Esta es una exclusión de afanes y de sociedades podridas, de letrinas danzantes, de revolcaderos irredentos.

Esta exclusión es la partida hacia un espacio sin estrellas, hacia un espacio de niebla y ceniza, hacia un horizonte diluido entre alquimias de horror. Y entonces, ¿estaré excluido siempre, ajeno al ritmo de un mundo donde la poesía se ha convertido en un grosero rugido de llantos?.

¿Soportarán mis ojos el suplicio de ver morir la flor? En esta exclusión no podré detenerme para gemir por el orden roto, por la siembra abandonada, por el fruto que se extingue. En este aislamiento forzoso sólo brillarán los genes manipulados, esos que provocan y sentencian la separación del grito y la palabra, consintiendo la muerte del deseo.

¡Sí!, alguien deberá responder por la muerte de la aldea, por la llegada silenciosa de los que ven la ciudad vistiendo disfraces con múltiples caretas de hipocresía. Alguien deberá responder, desde este dolor, por la muerte que cubre la choza, por la carestía de agua, por la extinción del oxígeno.

Alguien deberá responder por qué y hasta cuándo permanecerá la angustia rondando el silencio, la sandalia ausente y la mala yerba acogotando el tallo. Alguien, ¡sí!, deberá señalar el porqué de los niños sin sonrisa ni las doncellas sin sus virgos; del porqué de los espejismos, de los créditos negados, del entusiasmo doblegado. Alguien deberá exigir y acometer desde el mismo centro del dolor, el fin de los acosos y engaños; la creación de una ruta que eleve la verdad más allá de la metáfora, de la ilusión y nos devuelva a la vida.

¿Será suficiente, entonces?
Debería ser fácil, aplicable, llevadero, sujeto de cualquier teoría; pero no es así: esta aldea que muere y se cierra, que se enclaustra con temor en medio del creciente desierto, se hunde sin brillos de estrellas, se esfuma como un débil temblor.

Y es algo más que una señal que no puede verse sin cuestionar al inclemente lector de los signos, cegado siempre ante el fuego inhumano de las sentencias y los paradigmas. ¿No lo escucha, acaso, el intérprete de Dios?